Quiero hacerle una pregunta sumamente puntual que no da lugar a respuestas ambiguas: ¿Sabía usted, si es todo lo cristiano que dice ser, que está en guerra? Usted podrá decirme y argumentarme lo que quiera bajo el barniz de la enseñanza doctrinal denominacional que le parezca, pero cuando usted entregó su vida a Jesucristo, se unió a una guerra que ya había comenzado. Y no interesa que usted me diga que personalmente, no tiene nada contra nadie y que si usted no se mete con el diablo, él no se meterá con usted. Es solamente un argumento y no tiene solidez alguna.
Si usted es ciudadano de la República Argentina y las autoridades de mi país le declaran la guerra a otro país (¡Dios no lo permita jamás!), no importará si usted es un pacifista, su país está en guerra y, si usted es un ciudadano de ese país, usted también lo está. Muy bien; como ciudadano del reino de Dios, usted está en guerra con el diablo. Su posición espiritual es la de ser ciudadano en el reino de Dios, pero su función espiritual es servir como soldado en la guerra entre la luz y las tinieblas.
Pero no se termina allí, ahora vamos a escarbar más profundo: ¿Sabía usted que como soldado de un ejército podría pedírsele que entregue su propia vida? Pregunto: ¿Por qué debería ser diferente el tratamiento en el ejército de Dios? - ¡No, hermano! ¡A mí lo único que se me pide, es que sea testigo, que de testimonio, que testifique! ¿Ah, sí, eh? Lamento decirle que la palabra griega que se traduce como testigo es la misma palabra que significa mártir. Un testigo, entonces, es decir: un mártir, es alguien que está dispuesto a dar su vida por lo que cree. Pero antes que un cristiano muera por lo que cree, debe estar dispuesto a morir a sí mismo: al yo, a la ley, a la ambición, a su carrera. Un buen soldado subordina sus necesidades a una autoridad superior. En términos espirituales, digo. Hablo de Dios, no de hombres. Por las dudas, entiende?
Aunque Jesús triunfó sobre Satanás, él espera que el pueblo de Dios haga cumplir en la práctica esa victoria. Después de levantarse de la tumba, Jesús le dijo a sus discípulos lo que vamos a leer ahora:
(Mateo 28: 16)= Pero los once discípulos (Ya no estaba Judas Iscariote), se fueron a Galilea, al monte donde Jesús les había ordenado.
(17) Y cuando le vieron, le adoraron; pero algunos dudaban.
(18) Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra.
(19) Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; (20) enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.
Esto es más que claro: cuando Jesús venció a los poderes de la muerte y del infierno, ganó de una vez y para siempre, autoridad sobre Satanás. Observemos que dice: “TODA potestad me es dada en el cielo y en la tierra”. Jesús tiene toda la autoridad. La siguiente frase, siga observando, comienza con un: “Por tanto…” ¿Tiene idea usted del por qué de esa expresión? “Por tanto”, puede interpretarse como “por consiguiente” o también como ·”teniendo esto en cuenta”. Jesús estaba diciendo a sus discípulos que él tenía toda la autoridad; teniendo esto en cuenta, usted debe hacer discípulos. La autoridad de Jesús tiene mucho que ver con la forma en que hacemos discípulos. Es decisión nuestra ejercer o no la autoridad que Jesús obtuvo sobre Satanás. La autoridad de Jesús no nos sirve de nada a menos que nos apropiemos de ella. Estamos EN Cristo. Cristo está EN nosotros. Poseemos la misma esencia de SU autoridad. Por ende, esa autoridad suya, hoy es NUESTRA.
Tenemos la posibilidad de elegir cuando “el servicio de entrega a domicilio” del enemigo aparece repentinamente en nuestra puerta con un paquete que no ordenamos. El servicio de entrega insiste en que esta oferta especial de temporada, (Que, por ejemplo, es un paquete que contiene La Gripe) ha sido entregado a todos los hogares del vecindario, y que ahora nosotros, venimos a tener algo como así como el “privilegio” de recibirlo. Ahora bien; sabiendo que Jesús murió por nuestras enfermedades y dolencias, en su nombre podemos cerrar la puerta en la cara al enemigo…pero también podemos elegir no hacer absolutamente nada y recibir el paquete y su contenido…
La autoridad que ejercemos sobre el enemigo depende de la victoria que Jesús logró sobre Satanás. Ningún cristiano puede vencer al diablo por su propia cuenta. Solamente nos apropiamos y administramos la victoria que Jesús ganó. Aún cuando usted ora por una persona y de ella es expulsado un demonio, no es usted; es Jesús en usted. Colosenses 1:27 dice: …a quienes Dios quiso dar a conocer las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles; que es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria. Entonces, convengamos que solamente estamos haciendo efectiva la victoria sobre el poder del enemigo.
En un tiempo yo, como seguramente usted también, era un cristiano tímido que no sabía andar en la victoria que Jesús había ganado. Tenía todos los derechos legales sobre el enemigo, pero nunca los administraba. Tenía y lo sabía teológicamente, todos los derechos para orar por los enfermos, para echar fuera demonios, para ver personas salvadas y para reprender al adversario, pero no los administraba. Simplemente me sentaba y esperaba que, por ósmosis, el enemigo no llegara hasta mí. Sin embargo, tengo que decirle que la victoria tiene que ser hecha efectiva, o no es autoridad. Me hace acordar al matrimonio que llegó a su casa y vio que unos ladrones les estaban cargando sus muebles en un camión. Entonces ella dijo: ¡Eso es ilegal! ¡Esos hombres no pueden llevarse esos muebles porque son nuestros! – El marido muy tranquilo le contestó: Tienes toda la razón, querida; no pueden hacerlo. Vamos a comer algo por allí…
Obvio; cuando el matrimonio regresó a su domicilio, todos sus muebles habían desaparecido. ¿Por qué cree que les pasó eso? Porque ellos tenían todo el derecho legal de detener a los ladrones, pero no lo utilizaron. Ni siquiera llamaron a la policía. Igualmente, hay miles de cristianos mirando mientras el diablo les roba. No tienen ni la menor idea de cómo detener al robo. ¿Pero como? ¿En la iglesia no le han enseñado? En la iglesia donde se congregan, no se habla del diablo; sólo se habla de Dios. La clave para andar en la autoridad de Jesús, es hacerla efectiva. Si no lo hacemos, Satanás robará, matará y destruirá. Para hacer efectiva la autoridad de Jesús hay que actuar en forma agresiva. El reino de Dios sufre violencia, ¿Y quienes, dice la Biblia, son los que lo arrebatan? No dice los tímidos, dice los violentos. No me interesa su teología personal, esto es Palabra.
(Mateo 11: 12)= Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan.
En la guerra espiritual debemos ser espiritualmente agresivos. Agresivos en la alabanza, agresivos en la oración, agresivos en la proclamación de la Palabra de Dios. Sin un contraataque agresivo, el diablo no hará nada menos que matarnos en el reino de Dios. Eso es seguro.
Los cristianos, generalmente, se van a uno de estos dos extremos. Primero, piensan que la batalla continua en la que están luchando contra el enemigo, determinará la victoria final. Las personas que piensan así, generalmente se vuelven locas con la idea de la guerra espiritual. Dado a que todo es batalla, suelen ver demonios debajo de cada piedra. Colosenses 2:15 dice: …y despojando a los principados y a las potestades, las exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz. Entienda bien: Jesús los despojó públicamente para que todos vieran que la guerra había terminado, que la victoria ya había sido ganada.
La otra suposición no menos falsa que esta, es que dado que el diablo está vencido, no queda nada por hacer. Las personas que viven según esta regla son fatalistas, y presumen que cualquier cosa que les suceda debe ser la voluntad de Dios. La ironía de esta forma de pensar es que se contentan con cualquier cosa que les de la vida. Muchas veces, por no hacer nada, viven en derrota y experimentan mucho menos que lo mejor que Dios tiene para ellos. Entienda bien por favor: ¡Satanás ya ha sido vencido! Eso es cierto e innegable. ¡Pero no ha sido llevado cautivo! La guerra ya fue ganada, pero el líder del enemigo aún está en libertad. Y mientras él esté libre, siempre alguna escaramuza del estilo guerrilla, va a haber y alguien puede salir lastimado.
Usted puede ser una especie de “rambo” de Dios, y tomar las potestades del infierno, ejercer la autoridad de Jesús, pero si no tiene armas adecuadas, es un ejercicio inútil. Pablo dijo que aunque andamos en la carne, no militamos según la carne. Y en otro sector, agregó que las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo. Piense esto: nuestra batalla es, primordialmente, contra argumentos y todo lo que se levante contra el conocimiento de Dios, y el resultado final es llevar todo pensamiento cautivo a la obediencia a Cristo. La batalla que peleamos se disputa en el ámbito de las ideas, los pensamientos y los argumentos. En medio de sus orejas está la batalla más fuerte.
Sin embargo, al leer a Pablo, mucha gente se detiene en esas tres palabras “No tenemos lucha”, omiten lo que sigue y se niegan a luchar. El hecho es que si nos negamos a luchar, lo único que lograremos es que nos atrapen. Cuando nos negamos a luchar, nos quedamos con cualquier cosa que la vida o el enemigo nos ofrezca.
El creyente no lucha contra personas con cuerpos. La batalla no es contra su esposo, su esposa o su jefe. Es contra principados y potestades, espíritus malignos que utilizan, habitan, vienen sobre las personas o las motivan a hacer cosas malas. Dios nos dice que nuestra batalla es contra estos principados y poderes que levantan fortalezas; esas influencias que motivan a las personas a actuar en forma contraria a la Palabra de Dios.
Otra de las cosas que Pablo dice, es que nuestras armas son poderosas para derribar fortalezas. ¿De quien son esas fortalezas? De Satanás, obvio. ¿Pero adonde están? En el ámbito de la mente. ¿Y cuales son las fortalezas que Satanás construye en las mentes de las personas? Es la incapacidad o la negativa a aprehender la verdad de Dios. Básicamente, las fortalezas son prejuicios: es definirse por una postura antes de haber estudiado todos los hechos. ¿Alguna vez ha escuchado esta frase: “No insistas con tus razonamientos; ya estoy decidido”? Bien; eso es una fortaleza.
Tome por ejemplo a un determinado grupo religioso de falsa doctrina. Usted les explica la Palabra de Dios y los errores de sus creencias y ellos siguen sin prestar la menor atención a una sola palabra de lo que usted les diga. Jesús se refirió a estas personas, entre otras, como aquellas que tienen ojos y no ven, oídos y no oyen. También hay algunos dentro de lo que globalmente llamamos “la iglesia”. Estas personas tienen corazones endurecidos. Su incapacidad para aprehender lo que la Palabra de Dios dice es señal de que hay una fortaleza.
Hay una fortaleza en la persona que cree que está más allá del perdón de Jesucristo. Quizás después de conocer a Cristo, cometió un pecado que cree que Dios no podrá perdonar. Quizás lea en la primera carta de Juan 1:9 que Jesús es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad, pero se rehúsa a creer que esa palabra se pueda aplicar a su vida. Por eso cada día anda en derrota. Hay una fortaleza en la persona que cuando es confrontada con su atadura a un espíritu de Jezabel o Lucifer, se niega a aceptar la corrección de la autoridad puesta por Dios en su iglesia.
Hay una fortaleza en cualquier sistema de creencias que se levante contra el conocimiento de Dios. El comunismo fue una fortaleza, porque comenzó con la premisa de que Dios era un invento de la imaginación humana. Aún el capitalismo opuesto tiene fortalezas inherentes a él, porque la base que lo motiva es la codicia. Una fortaleza es cualquier creencia que se coloque en oposición al conocimiento de Dios y ensordezca los oídos de sus seguidores a la verdad de la Palabra de Dios y la voz del Espíritu Santo.
Tenemos una tarea tremenda encomendada por Dios si vamos a participar para ver más personas ganadas para el reino. Nuestra responsabilidad es derribar las fortalezas que hay en las mentes de las personas y que les impiden recibir el evangelio de salvación. Dios desea que liberemos las mentes de las personas de esa cautividad de Satanás y llevemos sus mentes a la cautividad y obediencia a Jesucristo.
Las personas compradas por la sangre de Jesucristo y que conocen las armas de su lucha son las únicas en la tierra que están equipadas para intervenir en el ámbito espiritual. Los cristianos que no saben como utilizar sus armas, que las rechazan o las descuidan, están atrapados en un fuego cruzado entre el bien y el mal. ¿Dónde quisiera estar usted en una batalla: en el lado que dispara al enemigo o en el medio, esquivando las balas de ambos lados? Los cristianos que se niegan a participar en la batalla son los que más probablemente vivirán en derrota. No sólo se contentan con mucho menos de lo que Dios tiene para ellos sino que ante el mundo muestran un evangelio sin poder.
Jesús habló en forma directa a la iglesia de Laodicea, según lo vemos en el texto del libro de Apocalipsis 3:16, diciéndole: Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca. Somos las personas más importantes sobre la faz de la tierra, pero el problema es que no actuamos como tales porque en realidad no lo sabemos o no lo creemos.
Dado que la batalla que disputamos no es política sino espiritual, tenemos la respuesta y las armas para detenerla: la respuesta no son los militares, ni los políticos. Es como si todo el universo estuviera gritando: ¡Despierta iglesia! ¡Despierta a tu destino y a tu herencia! ¡¡Haz algo!!
Fíjese que Pablo, antes de presentarle a usted las armas de la batalla en Efesios 6, hace un prefacio con su explicación y una advertencia. En el verso 13, dice: Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes. Dos veces, en Efesios 6, Pablo insta al creyente a tomar toda la armadura de Dios. En el idioma griego, se utiliza una sola palabra para decir “toda la armadura”: la palabra PANOPLIA, la misma que se utiliza en castellano para denotar una armadura de una sola pieza. El guerrero no utiliza solamente las partes de la armadura que son cómodas o convenientes, porque sin la PANOPLIA, es menos que efectivo y está expuesto a ser herido. Pablo continúa explicando lo que es la PANOPLIA, la armadura completa.
(Efesios 6: 14)= Estad, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad, y vestidos con la coraza de justicia, (15) y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz.
(16) Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno.
(17) Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios; (18) orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos.
Es importante comprender la función de cada pieza de la armadura. Preste atención. El primer punto que utiliza el guerrero del ejército de Dios es el cinto de la verdad. Este es el que mantiene unida a la armadura. Mantiene en su lugar la coraza, las vestiduras, y también sostiene la espada. El cinto de la verdad representa la integridad y la fidelidad del creyente. En una palabra: obediencia. Nadie es perfecto, y tenemos una relación correcta con Dios sólo por medio de la sangre de Jesús, pero debemos entrar a la batalla con integridad. El pecado que nos negamos a abandonar o que cubrimos nos hará vulnerables ante el enemigo. Pero con la verdad viene la libertad, la facilidad de movimientos, y la confianza.
La coraza de justicia cubre el corazón, el órgano más vital. El corazón es donde se asientan nuestras emociones, sentimientos y pasiones; es el reflejo de quienes somos en realidad. Si Satanás puede afectar nuestro corazón, podrá vencernos fácilmente. Satanás nos acusa de toda obra mala, de todo motivo errado, de todo lo que pueda utilizar para neutralizarnos. Como cristianos, andamos en la justicia que proviene, no de nuestras propias buenas obras, sino de lo que Cristo logró en la cruz. Por eso Satanás trata con todas sus fuerzas de ocultar la cruz a nuestros ojos. Si logra hacerlo, es lo mismo que si nos quitara nuestra coraza de justicia. Notemos que el cinto de la verdad, o integridad, y la coraza de justicia funcionan juntos. Sin la coraza de la justicia, caemos en el legalismo. Sin el cinto de la verdad, caemos en la carnalidad.
El calzado representa la paz interior. En el calor de la batalla, la mayor tentación que enfrenta el soldado es la de comenzar a temer y retroceder. Nuestro fundamento en el evangelio evitará que demos la vuelta y expongamos nuestra espalda vulnerable al enemigo. Observemos que la palabra apresto significa preparación. La batalla, en realidad, comienza antes del conflicto. No podemos aprestarnos a última hora para la batalla, como se hace antes de un examen. Nuestra preparación de permanecer firmes en la palabra de Dios comienza antes de que surja el conflicto. Una vez que la batalla ruge, es demasiado tarde para prepararse.
El propósito del escudo es proteger las otras partes de la armadura y detener las flechas de fuego del enemigo. Nuestra fe en Dios, nuestra respuesta a lo que Cristo Logró en la cruz para nosotros, extingue los dardos de fuego de las acusaciones y las mentiras de Satanás. La coraza de justicia viene de Dios. El escudo de la fe es nuestra respuesta, la expresión de lo que creemos que Cristo hizo por nosotros en el calvario.
¿Qué protege el yelmo de la salvación? La mente. Observemos que Pablo dice: Tomad el yelmo, es decir, habla de colocarse el yelmo. En realidad, Pablo lo dice como una orden: “Tomen el yelmo y colóquenselo. Si ya somos salvos, ¿No es que el yelmo automáticamente está colocado? No. ¿Por qué diría Pablo a los cristianos de Efeso que se lo colocaran si así fuera?
Pablo, en 1 Tesalonicenses 5:8, se refiere al yelmo como la esperanza de salvación. La fe protege mi corazón: Porque con el corazón se cree, dice Romanos 10:10. pero la esperanza protege mi mente contra el desaliento y la depresión. La esperanza está en el ámbito de la mente. Así que Pablo nos amonesta para que nos coloquemos nuestros cascos. Cultivar una actitud positiva. ¿Por qué? Romanos 8:28 dice: Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados. Si amo a Dios, y estoy andando en su propósito para mí, cualquier cosa que Dios permita que suceda, sea el diablo que la provoque o que la envíe Dios, es para mi bien. Cuando estoy andando según el pacto, no hay ninguna razón en el mundo por la cual tenga que ser desgraciado o estar deprimido por algún contratiempo.
Andar en la esperanza de la salvación es condicional. Mientras yo ame a Dios y ande en obediencia, aún cuando el infierno se desate, yo no seré derribado ni estaré deprimido, porque no he hecho nada malo. Dios está aprovechándolo para que resulte lo mejor para mí, aunque sea enviado por el enemigo.
Pero el cristiano puede negarse a colocarse el yelmo. Como resultado, esa persona será débil, impotente, sin fuerzas. Pero cuando andamos en la esperanza de nuestra salvación, estamos en una posición en que nos es imposible perder. Pablo dijo en Romanos 14:8: Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos.
Nos colocamos el yelmo cada vez que actuamos sobre la base del conocimiento de que Dios es quien orquesta los eventos. Es difícil ser negativo cuando sabemos que Dios está en control. Dios está en control, aún cuando líderes corruptos y sin Dios estén gobernando y corrompiendo una nación entera, e incluso algún sector de lo que llamamos iglesia. Dios levanta reyes malos tanto como reyes buenos. No hay persona en un puesto político que Dios no haya colocado allí por su divino poder. Ninguna. Daniel en su libro, en 4:17, proclamó que El Altísimo gobierna el reino de los hombres, y que a quien él quiere lo da, y constituye sobre él el más bajo de los hombres. Saber que Dios tiene el control sobre todo evita que yo adopte una postura negativa y de derrota cuando la vida no sigue el curso que yo creo que debería seguir. Nuestra actitud positiva y nuestra esperanza en Dios se convierten, entonces, en un yelmo de salvación.
El elemento final de la armadura espiritual es la espada del Espíritu, la Palabra de Dios. Las primeras cinco armas son de defensa, pero la espada es arma de ataque. La principal arma del Espíritu Santo es la Palabra de Dios. Observemos que Pablo dice en Efesios 6:17: La espada del Espíritu, que es la palabra de Dios. La palabra de Dios pertenece al Espíritu Santo. Cuando Jesús fue tentado en el desierto, tres veces respondió utilizando su arma ofensiva: la palabra de Dios. Y ya sabemos lo que sucedió: el diablo se apartó.
El autor de Hebreos compara la palabra de Dios con una espada. En 4:12, dice: Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. Quizás usted haya leído una de las obras clásicas de la literatura de todos los tiempos; puede ser su libro favorito; pero está muerta; su autor está muerto, y no tiene la capacidad de cambiar vidas. Pero el Espíritu Santo utiliza la palabra de Dios para cambiar vidas hoy, en la misma manera que cambió vidas hace dos mil años. Por medio del poder del Espíritu Santo, la Palabra de Dios puede transformar una persona y dar vida a un espíritu frío y sin aliento.
La palabra de Dios penetra …hasta partir el alma y el espíritu, es decir, puede juzgar lo que viene de la carne y lo que es verdaderamente de Dios. La palabra de Dios parte las coyunturas y los tuétanos. En los tiempos antiguos, el tuétano representaba la naturaleza verdadera de una persona: el lugar que nadie más podía ver. No se puede esconder nada mejor que el tuétano de una persona. La palabra de Dios penetra en la misma esencia de lo que es una persona, juzgando los pensamientos y las actitudes del corazón. Sólo dos personas conocen realmente sus verdaderos pensamientos y actitudes: usted y Dios. Cuando utilizamos la espada del Espíritu, muchas veces ella trabaja en niveles que el soldado no puede ver.
miércoles, 30 de marzo de 2011
Uniforme de Combate
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Esta pagina está bajo la licencia Creative Commons Attribution 2.0 Generic License.
Si deseas copiar y/o redistribuir algo de este sitio, favor
leer las condiciones y respetarlas.
Att: Edilzr - www.zonarestringida.net - Luz para el mundo
0 comentarios:
Publicar un comentario