A mí no me gustan las dramatizaciones. Es más; cuando he presenciado alguna en algún templo cristiano, siempre me ha sonado más a una especie de lucimiento teatral personal disfrazado de supuesto mensaje evangelístico. Sin embargo, en algo sí estoy totalmente de acuerdo: en muchos casos, para que algo que viene de Dios se entienda con total y absoluta claridad, deberemos tener que apelar a ejemplos domésticos. Y si son MUY domésticos, mucho mejor.
En función de ello, le cuento una historia ficticia: Juan y su esposa alquilan un departamento de un hermoso edificio. Están cómodos en lo físico, pero muy incómodos en lo que tiene que ver con la relación que tienen con el propietario del departamento. Primero, les está arrancando la cabeza y una parte del cuello con el precio del alquiler. Es una renta altísima que no se justifica aún considerando la calidad del departamento y su ubicación.
Mientras Juan paga el alquiler periódicamente, no hay dramas mayores, pero basta que se atrase unos días (Juan trabaja por su cuenta y nunca sabe cuando tendrá el dinero para la renta) para que el dueño acepte esperarlo lo que sea, pero cobrándole un interés altísimo, directamente usurario. Por si eso no alcanzara, este hombre tiene una conducta que deja mucho que desear. Más de una vez ha intentado ingresar al departamento sin pedir permiso porque, dice, él es el dueño y tiene todo el derecho. Hasta ha insinuado propasarse con la joven esposa de Juan. Por todo esto, la vida de este matrimonio, en lo conceptual, podríamos decir que roza con lo miserable.
Un día el áspero señor este vende el departamento a otra persona con Juan y su esposa adentro, como inquilinos establecidos. Y cuando nuestros jóvenes se estaban preparando para buscarse otro sitio, el nuevo dueño viene a visitarlos y, no sólo les anuncia que no tendrán que irse a ninguna parte si no lo desean, sino que incluso, les asegura que de allí en más no tendrán que pagar absolutamente nada para vivir allí hasta cuando ellos lo deseen. Cuando Juan le pregunta la razón de ese gesto, el hombre simplemente le responde que lo hace porque el alquiler ya está pago. Alguien arregló todo con el nuevo dueño.
¡Qué alegría! ¿Verdad? ¡Juan se ha salvado! ¡No sólo se ha librado de las garras de aquel odioso antiguo dueño sino que ahora, incluso, también se ha salvado de los gastos! Y allí está, disfrutando todo esto con su mujer cuando suena el timbre de la puerta. Se acerca, atiende y su sorpresa es mayúscula cuando reconoce al antiguo dueño. ¿A qué viene? Si ya no tienen nada de qué hablar. Mayor es aún esa sorpresa cuando escucha que el antiguo dueño dice venir a cobrar el alquiler del mes.
Usted que lee esto, piense por favor: ¿Cómo reaccionaría en una situación así? ¿Le paga el alquiler que este hombre está reclamando? ¡Claro que no! ¡Cómo le va a pagar por algo que ya no le pertenece! ¿Entonces qué hace? ¿Quizás lo invade la ira y le propina un puñetazo en la nariz? No. No puede porque es un hombre sumamente fuerte, mucho más fuerte que Juan. ¿Entonces qué hará? Lo que hace Juan: le dice con total confianza “-Mire… usted va a tener que entenderse, a partir de ahora, con el nuevo dueño de este departamento-“… Este hombre no es tonto y sabe que Juan dice la verdad. Lo que él procuraba era asustarlo un poco y ver se aflojaba. Si se asustaba, le pagaba un dinero que no tenía por qué pagarle. Al reaccionar así, hizo o único que podía hacer: retirarse...
Supongo que ya lo entendió. Por las dudas que algo haya quedado fuera de su entendimiento, le digo: Esta es, exactamente, la situación del cristiano. Tan pronto como Cristo lo ha libertado del poder del pecado y del diablo, usted puede confiar en esto: ese antiguo propietario de su departamento personal, pronto regresará a tocar el timbre de su puerta a reclamar lo que no le pertenece, tratando de asustarlo para que usted se lo crea. ¿Cuál se supone que va a ser su defensa? ¿Cómo le va a impedir usted que él vuelva a levantar la mano del simbólico látigo en contra suyo? Haciendo lo que hizo nuestro ficticio Juan: mandándolo a que se entienda con el nuevo dueño de su departamento, de su vida. Sencillamente: lo envía a que se entienda con Jesús.
Yo no sé si a usted le ha sucedido. Algún día le va a ocurrir como, - supongo -, le ha ocurrido a tantos más. Un día la luz se hizo en su cerebro y se dice: ¡Pero si Cristo me ha libertado, entonces soy verdaderamente libre!¡No tengo por qué retener todas las impresiones negativas que vienen a tocar a la puerta de mi mente. No tengo que dejar que ese antiguo dueño de mi vida se meta sin permiso, ni que me sacuda en la cara todas las cuentas. De modo que conscientemente usted debe clamar a Cristo y pedirle que le conceda la liberación. Y luego espere con tranquilidad.
Seguramente ese mal “hombre” va a soplarle pensamientos a su mente. Es su especialidad. E dirá, por ejemplo, que no va a poder hacer nada para el Señor porque estará demasiado recargado de trabajo. Allí usted tendrá una doble opción: si lo acepta, se activa y opera en su contra. Si no lo acepta, usted ha ganado la primera batalla y ha dejado de lado la primera factura: Preocupación. Entiéndase con Jesús, dígale. De muy mala gana, quizás, pero se va a ir. Por un tiempo, claro…
(1 Pedro 5: 6-7)= Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo; echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros.
No va a tardar mucho en regresar. De pronto lo encontrará y le dirá: “Mira; yo quiero hablar contigo, por amor, sobre todas esas personas que te han estado calumniando”. Parece estar muy preocupado, pero observando un poco, usted va a poder ver que sobre sus espaldas, el tiene una voluminosa factura a pagar llamada: Compasión de mí mismo.
Entonces habrá de decirle: ¡Entiéndase con Jesús! - ¡Es que esa gente que habla mal de usted le va a traer problemas…intenta amenazar. Hágase a la idea de que, primero, le dicen que hay gente que habla mal de usted y, a continuación, le añaden que esa gente le va a causar problemas. ¿Se da cuenta cuál es la próxima factura que el antiguo dueño trae para cobrarle? Acertó, se llama: Temor.
Entonces usted le da la misma respuesta: ¡Vaya a verlo a Jesús con esto! Esa es la manera en que aquellos creyentes maduros manejan sus tentaciones. Porque no valen aquí ni la fuerza de la voluntad, ni la fortaleza de carácter, ni hacer una cantidad de resoluciones. Simplemente: “Ve a verlo a Jesús”.
Lo más normal y corriente del mundo es que ese señor molesto y fastidioso, lo visite a usted unas doscientas veces más. Allí es donde usted podrá comprobar como nuestras mentes se convierten en un campo de juego para Satanás. El mejor medicamento, sin dudas, es: ¡No dejarlo ingresar! Cristo nos libertó. Realmente nos dio libertad. Cuando estos pensamientos llegan a tocar en la puerta de nuestra mente, tranquilamente podemos enviarlos a que se entiendan con Jesús.
Aprenda: no discuta usted con ellos. Si lo hace, les está permitiendo poner un pie adentro de la puerta. Esa fue la dificultad de Eva: ella se puso a dialogar con la serpiente, es decir: el tentador. Como le fue, usted lo sabe. Antes que la conversación tome su curso, tranquila y confiadamente, diga “Entiéndase con Jesús” No obstante, es necesario que usted pueda recibir cuatro consejos prácticos para su defensa personal en este tema específico.
1 – No permita que sus sentimientos lo engañen.- Los sentimientos son algunas de las armas más poderosas del antiguo dueño de su vida. Cuando él le mueve todas las cuentas antiguas en su rostro, con ello despierta todos los sentimientos antiguos que usted tenía antes que Cristo lo libertara: el temor, la duda, el sentimiento de culpa, la lujuria, la ansiedad, la desesperación. Los antiguos sentimientos aparecerán de inmediato, y fuertes. No les tenga temor. Simplemente, no los siga. Más bien, con toda tranquilidad, dígale a ese pensamiento: “¡Vaya! ¡Entiéndase en todo eso que me está diciendo, con Jesús!” Es probable que se necesite alguna persistencia de parte suya, pero al fin, el pensamiento se irá. Tiene que irse. Usted tiene a su disposición el Nombre del poder.
Cuando Cristo nos libera, ese hecho es como arrancar un gran puñado de hierba por completo. Quedan pequeños agujeros en la tierra en el mismo sitio en el que antes estaban las raíces. Se sanó la lastimadura, pero quedó la cicatriz. Estos huecos no se cubren de una vez. Entonces, ¿Qué es lo que hace el enemigo? Él lanza un pensamiento a su mente. Lo coloca exactamente en el pozo, en el hoyo, en el hueco donde antes estaba aquella raíz; precisamente donde los recuerdos pueden hacerse surgir fácilmente; allí donde los sentimientos que acompañaban a aquello que se erradicó todavía están descarnados y expuestos. Entonces los recuerdos surgen, los sentimientos se inflaman. Es entonces cuando su fe en Cristo se enfrenta a una prueba práctica. ¿Está usted dispuesto a confiar en la Palabra de Dios y en su promesa, a pesar de sus pensamientos o sentimientos?
Hay una regla decididamente sencilla que podemos recordar: Los sentimientos siguen a la fe. El antiguo dueño de casa no puede quedarse alrededor permanentemente. Cuando él se retire, los sentimientos suyos, se someterán.
2 – No se desanime por la frecuencia o repetición de la misma tentación.- La repetición es otra de las armas preferidas por el antiguo dueño del departamento. Tal vez podamos resistirlo dos, tres, cuatro veces; pero luego nos debilitamos. Él nos convence de que, al fin y al cabo, todavía estamos tan esclavos como siempre. Esa es la manera de abrirle la puerta y dejarlo entrar.
Si el mismo pensamiento regresa cien veces el mismo día, cien veces, con toda tranquilidad y confianza, envíelo a Jesús. ¡Y regocíjese! Sí, ¡Regocíjese! Porque aquel antiguo dueño de su vida no puede venir a tocar ni una vez más que aquellas para las cuales Dios le de permiso.
Lea usted el libro de Job, y vea lo siguiente: Antes que Satanás se moviera alguna vez contra Job, tuvo que conseguir permiso de Dios para hacerlo. Dios permite que el antiguo dueño se acerque y toque. De ese modo, la fe de usted se fortalece. Cada vez que usted envía a ese fastidioso hombre a que se entienda con Jesús, su fe en Él se fortalece. Y si él llama a gritos y ruge salvajemente, y si regresa cien veces, sí, aunque sean mil veces, ¡Regocíjese! Porque con cada enfrentamiento, cada vez que usted lo envía a que se entienda con Jesús, usted se une más en confianza y fe a su Libertador.
3 – No piense que para esto se necesita alguna clase de fuerza de voluntad sobrehumana.- Este sistema íntegro de victoria en Jesús no se basa en fuerza de voluntad de ninguna clase; se basa en la fe; fe en la realidad y autoridad de Jesús.
¿Recuerda la dramatización con la que se inicia este trabajo? Supongamos, volviendo a aquella, que ese antiguo dueño del departamento toca el timbre de la puerta en el momento en que el padre y la madre de familia han salido a hacer una diligencia. Entonces la hija de cinco años de edad se encuentra sola en el hogar. El hombre la amenaza sin piedad con sus acostumbradas exigencias. La niña, naturalmente, no tiene ni puede tener, en sí misma, ninguna fortaleza. Pero ella está preparada. Ella sabe en qué condiciones están las cosas.
No es por la fuerza propia que en ella haya, sino sólo por causa de la incontestable autoridad del nuevo dueño, ella le dice con calma y confianza: “Usted tendrá que ir a entenderse con el nuevo dueño”.
(Mateo 28: 18)= Y Jesús se acercó y les habló, diciendo: toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra.
4 – No prolongue innecesariamente su conversación con el antiguo dueño.- ¡No pierda tiempo con este fastidioso hombre! ¡Hágale entender que usted tiene cosas muy importantes para hacer! Por ejemplo: usted puede ir a Jesús en adoración o alabanza. Esto lo guarda a usted contra el peligro de que todo esto se vuelva simplemente “una nueva ley”, una rutina que usted practica más o menos con éxito, pero que realmente no edifica su relación personal con Jesús.
Imaginemos el caso de un hombre que ha tenido el hábito de la codicia lujuriosa. Él no puede sentarse en un restaurante sin echarle una mirada furtiva y lujuriosa a la camarera. Él nunca va a un puesto de venta de revistas y libros sin hojear algún libro o revista de aquellos que causan sensación. Aún en sus relaciones con la esposa, hay más lujuria que amor real.
Luego, este hombre recibe a Cristo como su Salvador personal. Recibe la vida de Cristo, y sabe que no puede continuar practicando esas cosas. Pero él no comprende lo relativo a esta vida de liberación por medio de Jesús. De modo que él sólo aplica la ley. El trata de contener esa lujuria de la carne mediante resolución y fuerza de voluntad. Logra cierta medida de éxito, pero también mucho fracaso. Y en nada de esto se está uniendo él a Jesús en amor. En efecto, él aún pudiera comenzar a resentirse internamente por la vida dura a la cual lo llama Jesús, y a excusarse por un poco de lujuria.
Pero ahora aprende lo relativo a esta vida de liberación. Ve una revista sensual en el lugar donde se espera el autobús. No tiene que pelear contra esa tentación. Él no aprieta los dientes y sufre mientras dura la tentación, y entretanto se dice: “No voy a dejar que se manifieste la lujuria, no voy a dejar que se manifieste la lujuria, no voy a dejar que se manifieste la lujuria”. Cuando se resiste el mal de este modo, se hace más fuerte.
(1 Corintios 15: 56)= Ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley.
El modo de experimentar la verdadera liberación está en una dirección completamente diferente. Él ve la revista obscena. Con tranquilidad reconoce dentro de sí que esta es una situación de tentación. De inmediato, él toma su inexpugnable posición En Cristo por medio de un acto de adoración consciente. Aparta los ojos de la fuente inmediata de tentación e internamente comienza a alabar a Jesús. Tal vez hasta se cante un himno o un corito para sí mismo. El alaba a su maravilloso Libertador. No con espíritu de temor, como si temiera que la lujuria en cualquier momento pudiera entrar por su puerta. (¡Él se la ha enviado a Jesús, y por tanto va a tener que salir!) Es entonces cuando él alaba a Jesús con un espíritu gozoso y confiado, sabiendo que Jesús ha ganado la victoria sobre la lujuria. La autoridad de Él no puede ser desafiada.
Mientras él se sujeta a Jesús, mediante este acto consciente de adoración, la tentación se retira. No fue la ley la que lo salvó. Simplemente, él ha rendido todo a Jesús, por medio de un acto de adoración.
Otra cosa que usted puede hacer es entrar en un plan preconcebido de intercesión. Una vez un hombre se sintió afligido por pensamientos blasfemos. Luchó contra ellos con todas las fuerzas de su voluntad consciente, pero sin resultado. Luego cambió el enfoque. Hizo la determinación de que cada vez que estos pensamientos blasfemos llegaran a tocar en la puerta de su mente, él comenzaría a orar por su primo Henry. Este era un misionero de Cristo que se hallaba en China. No pasó mucho tiempo antes que el antiguo dueño dejara de presentarle esa cuenta de blasfemia con el propósito de cobrársela, ¡Pues descubrió que lo único que hacía era promover mucha oración a favor de China!
El dedicarse a algún trabajo de rutina es otro modo de poder escapar de la conversación con el antiguo propietario. Una buena tarea de jardinería, o hacer algunas de las reparaciones que por tanto tiempo han esperado en la casa. Estas actividades han frustrado los planes del antiguo dueño más de una vez.
Es importante comprender que el antiguo dueño puede decirle a uno “la verdad”. Algunas de esas cuentas son reales: preocupación, odio, lujuria, pereza, orgullo. Pero ese no es el asunto. Lo importante es que ahora Jesús está manejando el asunto. Las cuentas tiene que cobrárselas a Él. ¡El pagó la deuda y nos libertó!
Esta manera de hacerle frente al antiguo propietario de nuestra vida se basa en sólidos principios bíblicos:
(Romanos 6: 14)= Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia.
¿Significa esto que nuestra vida espiritual llega a ser ilícita y desordenada? “En ninguna manera”, dice Pablo. Vivir bajo la gracia no significa vivir en contra de la ley. Significa que uno está operando ahora bajo un régimen diferente en la batalla contra el pecado.
Una de las primeras responsabilidades de un gobierno es la de proteger a sus ciudadanos para que no caigan bajo el dominio de ningún poder extranjero. Cuando usted vivía bajo el régimen de la ley, y el pecado levantó un asedio de tentación contra usted, usted comenzó el contraataque con las armas de: “Haz esto” o “No hagas aquello”. Usted las lanzó con todas sus fuerzas, pero después de un tiempo, llegó a sentirse débil. El pecado resiste más que usted y logra dominarlo.
Cuando Dios lo transfiere a usted al régimen de la gracia, usted ya no depende de la ley para defenderse contra la arremetida violenta de la tentación. Usted está bajo un régimen que tiene armas mucho más sofisticadas. No las armas de la ley, que usted tiene que esgrimir con su fuerza y su determinación, sino las armas de la gracia, que el mismo Cristo pone en operación. Cuando usted aprende a invocar el poder de Cristo, el pecado no logrará el dominio sobre usted.
(Romanos 2. 2)= No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la voluntad de Dios, agradable y perfecta.
La mente que se conforma a este siglo paga un tributo interminable al antiguo dueño. La mente renovada pone su fe, su esperanza, su confianza y amor en Jesús. La mente renovada “lleva cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo”, tal como dice en 2 Corintios 10. “Llévelo a Jesús” y “alabado seas tú, oh Señor”, llegan a ser el lema obligado de nuestra vida. Y en esta vida de confianza, somos transformados a la imagen de nuestro Libertador.
De modo que si el antiguo dueño llega y dice que usted es un terrible pecador, usted simplemente dígale: “Entiéndase con Jesús”. Si él llega y promueve sentimientos de odio, resentimiento o desesperación dentro suyo, dígale otra vez: “Entiéndase con Jesús”. Si él le susurra que usted hizo una obra maravillosa, y comienza a inflar su ego, dígale lo mismo: “Entiéndase con Jesús”.
Si él se le acerca a usted con el látigo de la ley y le dice: “Escucha, tú tienes que ser más bondadoso. Eres demasiado cruel, nos tienes ni el más mínimo vestigio del amor de Dios. Tu no tienes nada de paciencia, tienes que ser más paciente, de otro modo no reflejas nada de Dios. Tú tienes que ser más honesto, estás entrando en muchas cosas que no son conforme al propósito de Dios”, recuerde que Cristo también es el fin de la ley. Dígale, pues, entonces, “Entiéndase con Jesús”. Cualquier bien que haya de producirse en mí, tendrá que producirse por medio del Espíritu Santo de Dios y no por medio de la ley. Y en cada enfrentamiento, vuélvase usted a Jesús para alabarlo y adorarlo.
(Colosenses 2: 6)= Por tanto, de la manera que habéis recibido al Señor Jesucristo, andad en él.
La fe que trajo Jesús a la vida de usted es la fe por la cual usted vive. Él es completamente suficiente. Él es el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Usted despierta en la mañana. Los cuidados del día comienzan a agolparse sobre usted. Usted los envía a Jesús. A través del día, usted se enfrenta a las tentaciones, frustraciones y problemas de la vida diaria. Usted los refiere, uno por uno, a Jesús. LA vida de guerra interna se transforma en una vida de sosegada permanencia en Cristo. Él es su Libertador. Él es su segura defensa, momento tras momento.
¿Se pregunta usted si será posible o no tal vida de fe? ¿Halla usted un pequeño rincón de duda en su mente que dice: “Tal vez para algunos esto puede ser cierto, pero realmente no es para mí? Envíe esa duda a Jesús y usted verá el resultado.
miércoles, 30 de marzo de 2011
La Buena Batalla
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