por Charles Haddon Spurgeon
En el Tabernáculo Metropolitano, Newington, Londres
"¿No habéis leído? …Y si supieseis qué significa." -- Mateo 12: 3-7
Los escribas y los fariseos eran grandes lectores de la Ley. Ellos estudiaban continuamente los libros sagrados, escudriñando cada palabra y cada letra. Tomaban notas de muy escasa importancia, aunque algunas de ellas eran notas muy curiosas como: cuál era el versículo colocado exactamente a la mitad de todo el Antiguo Testamento, cuál era el versículo colocado a la mitad de la mitad, y cuántas veces aparecía una palabra, e incluso cuántas veces aparecía una letra, y el tamaño de la letra, y su posición única. Nos han legado un cúmulo de observaciones maravillosas sobre simples palabras de la Santa Escritura. La misma cosa pudieran haber hecho con cualquier otro libro, y la información habría sido tan importante como los hechos que han recogido muy laboriosamente en relación a la letra del Antiguo Testamento.
Sin embargo, eran esforzados lectores de la Ley. Ellos iniciaron una discusión con el Salvador sobre un asunto tocante a esta Ley, pues la conocían como la palma de su mano y estaban preparados para usarla como un ave de rapiña usa sus garras para destrozar y despedazar.
Los discípulos de nuestro Señor habían arrancado algunas espigas de trigo, y las habían restregado con sus manos. De acuerdo a la interpretación de los fariseos, restregar una espiga de trigo es una especie de trilla, y como es prohibido trillar en el día de reposo, es por tanto prohibido restregar una espiga de trigo o dos cuando se está hambriento en la mañana del día de reposo.
Ese era su argumento, y con él y con su propia versión de la Ley del día de reposo, vinieron a ver al Salvador. El Salvador generalmente llevaba la guerra al campo enemigo, e hizo lo mismo en esta ocasión. Se encontró con ellos en su propio terreno, diciéndoles: "¿No habéis leído?" Una pregunta cortante para los escribas y fariseos, aunque aparentemente inocente. Era una pregunta razonable y apropiada que muy bien se podía hacer; pero piensen que se las estaba planteando a ellos. "¿No habéis leído?" "¡Leído!" podrían haber respondido, "nosotros hemos leído ese libro muchísimas veces. Siempre lo estamos leyendo. Ningún pasaje se escapa a nuestro ojo crítico."
Sin embargo, nuestro Señor vuelve a hacerles la pregunta una segunda vez: "¿No habéis leído?" como si después de todo no la hubieran leído, aunque eran los más grandes lectores de la Ley, en su tiempo. Él insinúa que ellos no han leído del todo; y luego Él les da incidentalmente la razón del por qué les había preguntado si la habían leído. Él dice: "Si supieseis qué significa," que era tanto como decir: "ustedes no han leído, porque no han entendido." Sus ojos han visto las palabras, y han contado las letras, y han identificado la posición de cada versículo y de cada palabra, y han dicho sabias cosas acerca de cada uno de los libros y sin embargo ustedes ni siquiera son lectores del volumen sagrado, pues no han adquirido el verdadero arte de la lectura. Ustedes no entienden, y por lo tanto ustedes no leen verdaderamente. Ustedes simplemente pasan las páginas de la Palabra y las contemplan. No la han leído pues no la entienden.
I. Ese es el tema de este sermón, o, por lo menos, su primer punto. PARA UNA VERDADERA LECTURA DE LAS ESCRITURAS, DEBEMOS ENTENDERLAS.
Creo que no necesito iniciar estos comentarios diciendo que debemos leer las Escrituras. Ustedes saben cuán necesario es que nos alimentemos con la verdad de la Santa Escritura. ¿Acaso necesito preguntarles si leen la Biblia? Me temo que esta es una época en la cual se leen revistas, periódicos, pero no se lee la Biblia como se debería leer. En los tiempos de los puritanos, los hombres contaban con un escaso suministro de otro tipo de literatura, pero ellos encontraron una biblioteca completa en ese único libro, la Biblia. Y ¡cómo leían la Biblia!
¡Cuán poco de la Escritura hay en los sermones modernos comparados con los sermones de esos maestros de la teología, los puritanos! Casi cada frase que ellos dicen parece arrojar luces desde diferentes ángulos sobre el texto de la Escritura. No sólo sobre el texto acerca del cual estaban predicando, sino muchos otros versículos son contemplados bajo una nueva luz en el desarrollo del sermón. Ellos introducen luces entremezcladas procedentes de otros versículos que son paralelos o casi paralelos al texto predicado, y de esta manera educan a sus lectores para comparar lo espiritual con lo espiritual.
Yo le pido a Dios que nosotros los ministros nos acerquemos más al grandioso Libro antiguo. Seríamos predicadores capaces de instruir, si así lo hiciéramos, sin importar si somos ignorantes del "pensamiento moderno," o no estamos "al tanto de los tiempos." Les garantizo que estaríamos muchas leguas de distancia por delante de nuestro tiempo, si nos mantuviéramos muy cerca de la Palabra de Dios.
Y en cuanto a ustedes, hermanos y hermanas míos, que no tienen que predicar, el mejor alimento para ustedes es la propia Palabra de Dios. Los sermones y los libros están muy bien, pero los ríos que recorren una gran distancia sobre la tierra, gradualmente recogen algo de basura del suelo sobre el que fluyen y pierden la frescura que los acompañaba al salir del manantial. La verdad es más dulce cuando acaba de salir de la Roca abierta, pues ese primer chorro no ha perdido nada de su vitalidad ni de su carácter celestial. Siempre es mejor beber agua del pozo, que del tanque de almacenamiento. Ustedes se darán cuenta que leer la Palabra de Dios por ustedes mismos, leer esa Palabras más que comentarios y notas acerca de ella, es la manera más segura de crecer en la gracia. Beban la leche sin adulteración de la Palabra de Dios, y no la leche descremada, o la leche mezclada con agua proveniente de la palabra del hombre.
Ahora, queridos hermanos, nuestro punto es que mucha lectura aparente de la Biblia, no es verdaderamente lectura de la Biblia. Los versículos desfilan ante el ojo, y las frases se deslizan por la mente, pero no hay una verdadera lectura. Un viejo predicador solía decir que la Palabra tiene un poderoso cauce sin interrupciones en muchas personas hoy en día, pues entra por un oído y de inmediato sale por el otro. Lo mismo parece suceder con algunos lectores: pueden leer muchísimo, pero es porque no leen nada. El ojo mira, pero la mente no descansa nunca. El alma no se posa sobre la verdad ni se queda allí. Revolotea sobre el paisaje como podría hacerlo un pájaro, pero no construye ningún nido allí, ni encuentra descanso para la planta de su pie.
Ese tipo de lectura no es lectura. Entender el significado es la esencia de la verdadera lectura. La lectura contiene su carne jugosa y la piel es de poco valor. En la oración hay algo que podríamos describir como "orar en oración" una forma de orar que constituye las entrañas de la oración. De la misma manera, en la alabanza hay un "alabar en el canto," un fuego interno de intensa devoción que constituye la vida del aleluya. También con el ayuno: hay un ayuno que no es ayuno, y hay un ayuno interior, un ayuno del alma, que es el alma del ayuno. Lo mismo sucede con la lectura de las Escrituras. Hay una lectura interior, la esencia de la lectura, una lectura verdadera y viva de la Palabra. Es el alma de la lectura; y si no está presente allí, la lectura se convierte en un ejercicio mecánico, que no beneficia en nada.
Ahora, queridos hermanos, a menos que entendamos lo que leemos, no hemos leído nada. El corazón de la lectura está ausente. Comúnmente condenamos a los católicos romanos porque conservan la misa en latín; sin embargo, da lo mismo que sea en latín o en cualquier otro idioma, si la gente no puede entender.
Algunos se consuelan a sí mismos con la idea que han llevado a cabo una buena acción cuando han leído un capítulo, pero cuyo significado no han entendido del todo. Pero ¿acaso la propia naturaleza no rechaza esto como mera superstición? Si hubieras colocado el libro al revés, y hubieras dedicado el mismo tiempo a leer las letras en esa posición, te habrías beneficiado tanto como si lo leyeras en la posición normal sin entenderlo.
Si tuvieran el Nuevo Testamento en griego, para muchos de ustedes sería imposible de entender, pero se beneficiarían de igual manera leyendo eso como si leyeran el Nuevo Testamento en español, a menos que lo leyeran con un corazón capaz de entenderlo. No es la letra la que salva al alma; la letra mata en muchos sentidos, y nunca puede dar la vida. Si insistes en quedarte sólo con la letra, puedes ser tentado a usarla como un arma en contra de la verdad, como lo hicieron los fariseos antiguamente, y tu conocimiento de la letra puede engendrar orgullo en ti, para tu propia destrucción.
Es por medio del espíritu o sea, el significado interno real que es absorbido por el alma, que somos bendecidos y santificados. Nos saturamos de la Palabra de Dios, como el vellón de Gedeón, que estaba remojado del rocío del cielo. Y esto sólo puede suceder cuando recibimos la Palabra en nuestras mentes y en nuestros corazones, aceptándola como la verdad de Dios, y entendiéndola de tal manera como para gozarnos en ella. Entonces debemos entenderla, o de lo contrario no la hemos leído correctamente.
De verdad, el beneficio de la lectura debe llegar al alma por el camino del entendimiento. Cuando el sumo sacerdote entraba al lugar santo siempre encendía el candelero de oro antes de quemar el incienso sobre el altar, diríamos que como para mostrar que la mente debe tener iluminación antes que los afectos puedan elevarse de manera apropiada hacia su objeto divino. Debe haber conocimiento de Dios antes de que pueda haber amor a Dios: debe haber un conocimiento de las cosas divinas, como son reveladas, antes de que pueda existir el gozo de ellas. Debemos procurar entender, en la medida que nuestra mente finita pueda captarlo, lo que Dios quiere decir con esto y con aquello; de lo contrario, podemos besar el Libro y no sentir ningún amor por sus contenidos, podemos reverenciar la letra y sin embargo no sentir ninguna devoción por el Señor que nos habla por medio de estas palabras.
Amados hermanos, nunca van a obtener consuelo para sus almas de una fuente que no entienden, ni van a encontrar ninguna guía para sus vidas de algo que no comprenden; ni ninguna aplicación práctica para su carácter podrá venir de lo que no es entendido por ustedes.
Entonces, si debemos entender de tal manera lo que leemos ya que de lo contrario habremos leído en vano, así se muestra que cuando nos acercamos al estudio de la Santa Escritura, debemos tratar de que nuestra mente esté muy despierta para esa lectura. No siempre estamos en condiciones, me parece a mí, de leer la Biblia. A veces haríamos bien en detenernos antes de abrir el volumen. "Quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es." Acabas de hacer a un lado tus cuidados y tus ansiedades acerca de tus negocios en el mundo, y no puedes tomar ese libro y entrar en sus misterios celestiales de manera inmediata.
De la misma manera que pides una bendición para tus alimentos antes de comer, también sería una buena regla que pidieras una bendición para la palabra, antes de que participes de su alimento celestial. Pide al Señor que fortalezca tus ojos antes de que te atrevas a mirar la luz eterna de la Escritura. Así como los sacerdotes se lavaban sus pies en la fuente de bronce antes de dedicarse a su trabajo santo, así también sería bueno lavarse los ojos del alma con los que ves la Palabra de Dios, y también lavarse los dedos, si puedo expresarlo así (los dedos de la mente con los que pasas las páginas) para que puedas tratar de manera santa a un libro santo. Di a tu alma: "Alma mía, despierta: no estás a punto de leer un periódico; no estás pasando las páginas escritas por un poeta humano para que seas deleitado por su brillante poesía; te estás acercando a Dios, que se sienta en la Palabra al igual que un coronado monarca lo hace en sus salones.
Despierta gloria mía; que despierte todo lo que está dentro mí. Aunque ahora mismo no esté alabando y glorificando a Dios, estoy a punto de considerar eso que me llevará a hacerlo, y por lo tanto es un acto de devoción. Por tanto, debes estar alerta, alma mía: debes estar alerta, y no estés cabeceándote de sueño ante el majestuoso trono de Dios."
La lectura de la Escritura es para nosotros la hora de la comida espiritual. Toquen el timbre y convoquen a cada una de sus facultades para que se reúnan en la propia mesa del Señor, para tener un banquete con el precioso alimento que está disponible para nosotros ahora; o, más bien, toquen la campana de la iglesia, llamando a la adoración, pues el estudio de la Santa Escritura debe ser algo tan solemne como cuando entonamos un salmo en el día del Señor, en los atrios de la casa del Señor.
Siendo así las cosas, ustedes comprenderán de inmediato, queridos amigos, que, si van a entender lo que leen, necesitan meditar acerca de esa lectura. Algunos pasajes de la Escritura son muy claros para nosotros: benditas aguas poco profundas por las que las ovejas pueden atravesar; pero hay profundidades en las que nuestra mente podría más bien ahogarse, antes que nadar con placer, si se acercara a esas aguas sin la debida precaución. Hay textos en la Escritura que están hechos y construidos a propósito, para hacernos pensar. Nuestro Padre celestial utiliza estos medios, entre otros, para educarnos para el cielo: haciéndonos analizar el camino hacia los misterios celestiales. Por eso Él nos presenta Su palabra de forma un poco complicada, para forzarnos a meditar en ella antes que descubramos su dulzura.
Ustedes saben que Él habría podido explicarnos un concepto de tal manera que lo pudiéramos entender en un minuto, pero no quiere hacerlo así en cada caso. Muchos de los velos que cubren la Escritura no están diseñados para encubrir su significado para los diligentes, sino para forzar la mente para que sea activa, pues a menudo la diligencia de corazón que busca entender la mente divina hace más bien al corazón, que el conocimiento mismo. La meditación y la reflexión nos ejercitan y fortalecen nuestra alma para poder recibir verdades más elevadas aún. He escuchado la historia de las madres en las Islas Baleares, que en tiempos antiguos, queriendo que sus hijos llegaran a ser buenos honderos, colocaban su comida en alto, donde no la pudieran alcanzar, por lo que tenían que utilizar su honda y lanzar una piedra para bajar el alimento. Nuestro Señor desea que seamos buenos honderos, y coloca alguna preciosa verdad en alto, donde no la podemos alcanzar, excepto utilizando nuestra honda; y, finalmente, damos en el blanco, y encontramos alimento para nuestras almas.
Entonces tenemos el doble beneficio de aprender el arte de la meditación y de participar de la dulce verdad que ha sido puesta a nuestro alcance por medio ella. Hermanos míos, debemos meditar. Estas uvas no van a producir vino a menos que caminemos sobre ellas. Estas aceitunas deben ser trituradas por la prensa, y aplastadas una y otra vez, para que puedan darnos su aceite. En un plato de nueces, ustedes pueden saber cuál nuez ha sido comida, pues hay un hoyito que el insecto ha perforado en la cáscara; solamente un hoyito, y luego, dentro, encontramos al bicho, comiéndose la nuez. Pues bien, es una cosa grandiosa perforar la cáscara de la letra, para luego vivir dentro, alimentándonos de la nuez. Quisiera ser un gusanito así, que pudiera vivir dentro alimentándome de la Palabra de Dios, habiendo perforado el hoyito en la cáscara, y habiendo alcanzado el misterio más profundo del bendito Evangelio.
La Palabra de Dios es siempre más preciosa para el hombre que vive mayor tiempo en ella. El año pasado estaba sentado bajo un árbol de haya muy frondoso, y sentí placer al observar con mucha curiosidad, los hábitos singulares de ese árbol tan maravilloso, que parece poseer una inteligencia que otros árboles no tienen. Me sorprendía y me maravillaba la haya, pero luego pensé: yo no valoro tanto a esta haya como aquella ardilla. La veo brincar de rama en rama, y estoy seguro que la ardilla valora grandemente a esa vieja haya, porque tiene su hogar en un hoyo en algún lugar del árbol, y estas ramas son su abrigo, y la fruta que produce el árbol es su alimento. La ardilla vive en el árbol. Es su mundo, es el lugar donde juega, es su granero, es su hogar; ciertamente, el árbol es todo para la ardilla, en cambio para mí no lo es, pues yo tengo mi descanso y mi alimento en otro lado. Deberíamos de ser como ardillas en relación a la Palabra de Dios: vivir en ella, y vivir de ella. Ejercitemos nuestras mentes saltando en ella de rama en rama, encontrando nuestro alimento y nuestro descanso en ella, y haciendo de ella nuestro todo en todo. Nosotros seremos los que más nos beneficiaremos de ella, si la convertimos en nuestro alimento, nuestra medicina, nuestro tesoro, nuestra armadura, nuestro descanso, nuestra delicia. Que el Espíritu Santo nos lleve a hacer esto y que haga que la Palabra sea muy preciosa para nuestras almas.
Amados hermanos, a continuación quiero recordarles que para este propósito debemos ser forzados a orar. Es algo grandioso ser llevados a pensar, pero es más grandioso aún, ser guiados a orar después de haber sido llevados a pensar. ¿Acaso no me estoy dirigiendo a algunos de ustedes que no leen la Palabra de Dios, y acaso no estoy hablando a muchos más que la leen, pero no la leen con la fuerte voluntad de entenderla? Yo sé que así es. ¿Quieren empezar a ser verdaderos lectores? ¿Se van esforzar de ahora en adelante por entenderla? Entonces deben caer de rodillas. Deben implorar la dirección de Dios. ¿Quién es el que mejor entiende un libro? Su autor. Si quisiera estar seguro del verdadero significado de una frase más bien enredada, y su autor viviera cerca de mí y pudiera visitarlo, tocaría a su puerta y le preguntaría: "¿Sería tan amable de explicarme el significado de esa frase? No tengo ninguna duda que su frase es muy clara, pero yo soy tan ignorante que me resulta difícil interpretarla. No tengo ni el conocimiento ni el dominio del tema que usted posee, y por lo tanto sus alusiones y descripciones están fuera del alcance de mi conocimiento. Para usted no es difícil y es más bien un lugar común, pero es muy difícil para mí. ¿Sería tan amable de explicarme su significado?"
Un hombre de bien sería feliz de ser tratado así, y no tendría problemas en descubrir al lector honesto, lo que quiso decir. Así, tendría la certeza de haber entendido el significado correcto, pues habría ido al origen, es decir, habría consultado al propio autor.
Entonces, amados hermanos, el Espíritu Santo está con nosotros, y cuando tomamos Su libro, y necesitamos saber lo que quiere decir, debemos pedirle al Espíritu Santo que nos revele su significado. Él no hará un milagro, pero elevará nuestras mentes, y nos sugerirá pensamientos que nos van a guiar hacia delante, por medio de una mutua relación natural, hasta que al fin llegaremos a la esencia y al corazón de la instrucción divina. Busquen de verdad la guía del Espíritu Santo, pues si el alma verdadera de la lectura es el entendimiento de lo que leemos, entonces debemos implorar al Espíritu Santo que descubra los secretos misterios de la Palabra inspirada.
Si pedimos que el Espíritu Santo nos guíe y nos enseñe, se entiende, queridos amigos, que estaremos preparados para usar todos los medios y ayudas disponibles para entender la Escritura. Cuando Felipe le preguntó al eunuco etíope si podía entender la profecía de Isaías, él respondió: "¿Y cómo podré, si alguno no me enseñare?" Entonces Felipe subió y se sentó con él y le explicó la Palabra del Señor. Algunas personas pretenden ser enseñadas por el Espíritu de Dios y rehúsan recibir ninguna instrucción ni de libros ni de persona alguna. Esto no honra al Espíritu de Dios; es una falta de respeto hacia Él, pues Él da a algunos de sus siervos más luz que a otros (es claro que lo hace así) quienes a su vez tienen la obligación de dar esa luz a otros, y usarla para el bien de la iglesia. Pero si la otra parte de la iglesia rehúsa recibir esa luz, ¿con qué objeto entonces dio el Espíritu de Dios esa luz?
Esto implicaría que hay un error en algún punto en la economía de los dones y las gracias, administrada por el Espíritu Santo. Eso no puede ser. El Señor Jesucristo quiere dar más conocimiento de Su palabra y más profundidad de visión a unos de sus siervos más que a otros, y a nosotros nos corresponde aceptar gozosamente el conocimiento que Él da, de la manera que Él elija darlo. Sería muy perverso de parte nuestra decir: "No aceptaremos el tesoro celestial que está contenido en vasos de barro. Si Dios quiere darnos el tesoro celestial, directamente de Su mano pero no por medio de vasos de barro, lo aceptaremos; pero pensamos que somos demasiado sabios, nuestra mente es sumamente celestial, somos demasiado celestiales para que nos interesen esas joyas que están colocadas en vasijas de barro. No escucharemos a nadie, y no leeremos nada, excepto el propio Libro, ni tampoco aceptaremos ninguna luz, excepto la que se desliza por las hendiduras de nuestro propio techo. No queremos ver si tenemos que utilizar la vela de alguna persona, preferimos permanecer en la oscuridad."
Hermanos, no caigamos en esa insensatez. Si la luz viene de Dios, aunque la traiga un niño, la aceptaremos con gozo. Si cualquiera de Sus siervos, ya sea Pablo o Apolos o Cefas, ha recibido luz que viene de Él, he aquí, "todo es vuestro, y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios." Por tanto, aceptemos la luz que Dios ha encendido, y pidamos la gracia para hacer brillar esa luz sobre la Palabra de tal forma que cuando la leamos, podamos entenderla.
No deseo decir nada más sobre esto, pero me gustaría recalcar esto para algunos de ustedes. Ustedes tienen la Biblia en su casa, yo sé; no les gustaría estar sin la Biblia, podría pensarse que son paganos si no tuvieran la Biblia. Tienen la Biblia muy bien encuadernada, y son volúmenes que se ven preciosos: no se ven muy usadas, no han sido leídas, y no es muy probable que sean leídas, pues sólo se sacan el día domingo para que les dé el aire, y permanecen en el guardarropa junto con el pañuelo del traje, todo el resto de la semana. Ustedes no leen la Palabra, no la escudriñan, y ¿cómo esperan recibir la bendición divina?
Si el oro del cielo no es digno de ser buscado, difícilmente va a ser encontrado por ustedes. Muy a menudo les he repetido que el acto de escudriñar las Escrituras no es el camino de la salvación. El Señor ha dicho: "Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo." Pero aun así, la lectura de la Palabra, lo mismo que el oírla, a menudo lleva a la fe, y la fe trae salvación; ya que la fe viene por el oír, y la lectura es una forma de escuchar. Mientras están investigando para saber qué es el Evangelio, puede agradar a Dios dar la bendición a sus almas. Pero qué pobremente leen la Biblia algunos de ustedes.
No quiero decir algo que sea muy severo, si no es estrictamente la verdad. Que hablen sus propias conciencias, pero quiero hacer una pregunta muy osada: ¿acaso no leen la Biblia, muchos de ustedes, de una manera muy apresurada, leen sólo un poquito y luego la hacen a un lado? ¿Acaso no olvidan pronto lo que han leído, y pierden el poco efecto que pudo haber tenido la lectura? Cuán pocos de ustedes están decididos a llegar hasta el alma de ella, hasta su vida, su esencia, y beber de su significado. Pues bien, si no hacen eso, les digo de nuevo que la lectura de ustedes es una lectura miserable, muerta, que no produce beneficio alguno; ni siquiera la podemos llamar lectura, ese nombre no podría aplicarse. Que el Espíritu bendito les dé el arrepentimiento en lo tocante a este tema.
II. Ahora, en segundo lugar, y de manera muy breve, observemos que EN LA LECTURA DEBEMOS BUSCAR LA ENSEÑANZA ESPIRITUAL DE LA PALABRA. Creo que eso está contenido en mi texto, porque nuestro Señor dice: "¿No habéis leído?"...Y luego, nuevamente: "¿No habéis leído?" y luego dice: "Y si supieseis qué significa" y el significado es algo muy espiritual. El texto que citaba es: "Misericordia quiero, y no sacrificio," un texto tomado del profeta Oseas. Ahora, los escribas y los fariseos enfatizaban la letra: el sacrificio, degollar el ganado y rituales parecidos. Ellos pasaban por alto el significado espiritual del pasaje: "Misericordia quiero, y no sacrificio," es decir, que Dios prefiere que nos preocupemos por nuestros semejantes más que por el cumplimiento de cualquier ceremonial de Su Ley, y que al dar prioridad a su observación, hagamos pasar hambre o sed o causemos la muerte a cualquiera de las criaturas que Sus manos han hecho. Deberían haber ido más allá de lo exterior hacia lo espiritual, y todas nuestras lecturas deben hacer lo mismo.
Observen que este es el caso cuando leemos los pasajes históricos. "¿No habéis leído lo que hizo David cuando él y los que con él estaban tuvieron hambre; cómo entró en la casa de Dios y comió los panes de la proposición, que no les era lícito comer ni a él ni a los que con él estaban, sino solamente a los sacerdotes?" Este es un texto histórico que ellos deberían haber leído de tal manera que pudieran haber encontrado su enseñanza espiritual
He oído a algunas personas insensatas que dicen: "Pues a mí no me interesa leer las partes históricas de la Escritura." Queridos amigos, no tienen la menor idea de lo que están diciendo. Les digo por experiencia que muchas veces he encontrado mayor profundidad espiritual en las historias, que la que he encontrado en los Salmos. Ustedes dirán: "¿Cómo es eso?" Yo afirmo que cuando se alcanza el significado íntimo y espiritual de una historia, uno se sorprendería a menudo de la maravillosa claridad, la fuerza viva con que la enseñanza penetra en el alma. Algunos de los más maravillosos misterios de la revelación, pueden entenderse mejor cuando son explicados de forma visual en las historias, que cuando son presentados en forma de una declaración verbal.
Cuando tenemos una definición que explica una ilustración, la ilustración expande y da vida a la definición. Por ejemplo, cuando el propio Señor quiso explicarnos qué es la fe, hizo referencia a la historia de la serpiente de bronce; y quién, que no haya leído alguna vez la historia de la serpiente de bronce, no ha sentido que ha comprendido mejor la fe por medio del cuadro de las personas que están muriendo por las mordeduras de las serpientes, pero que finalmente viven al contemplar la serpiente de bronce. Este cuadro tiene mayor fuerza que cualquier descripción que el propio Pablo nos haya dado, independientemente de cuán maravillosas son las definiciones y las descripciones de Pablo.
Les suplico que nunca desprecien las porciones históricas de la Palabra de Dios, sino que cuando no puedan derivar ningún bien de ellas, digan: "Esto se debe a mi cabeza dura y a mi corazón lento. Oh Señor, dígnate aclarar mi cerebro y limpiar mi alma." Cuando Él responda esa oración, ustedes van a sentir que cada porción de la Palabra de Dios es dada por inspiración, y es y debe ser de utilidad para ustedes. Exclamen: "Abre mis ojos, y miraré las maravillas de tu ley."
Lo mismo es exactamente válido en lo relativo a todos los preceptos ceremoniales, porque el Salvador continúa diciendo: "¿O no habéis leído en la ley, cómo en el día de reposo los sacerdotes en el templo profanan el día de reposo, y son sin culpa?" No hay ni un solo precepto de la antigua Ley que no tenga un sentido y un significado profundos. Por lo tanto, no evitemos la lectura del libro de Levítico, ni digamos: "Yo no puedo leer estos capítulos de los libros de Éxodo ni de Números. Tienen que ver con las tribus y con sus estandartes, con las diversas etapas en el desierto y los correspondientes altos en la marcha, el tabernáculo y todo lo que contiene, o acerca de corchetes de oro y vasos de oro, y tablas, y basas, y piedras preciosas, y azul y púrpura y lino fino." No, pero hay que buscar su significado íntimo. Escudriñen de manera exhaustiva; pues al igual que con el tesoro de un rey, lo más precioso es lo más protegido y difícil de encontrar. Lo mismo sucede con las Santas Escrituras.
¿Han ido alguna vez al la biblioteca del Museo Británico? Hay muchos libros de referencia allí, que el lector puede tomar cuando quiera. Hay otros libros para los que se necesita llenar una tarjeta, y no puede uno tomarlos si no la ha llenado previamente; pero hay allí un grupo selecto de libros que no podrán verse si no se obtiene una orden especial, y esto sólo después de quitar la llave de las puertas, de abrir cajones y ante la presencia de un vigilante que siempre está presente mientras se lleva a cabo la inspección del libro. Escasamente se te permite fijar tus ojos en el manuscrito, por temor de que se borre una letra mientras se la está mirando. Es un tesoro tan precioso. No hay ninguna otra copia en todo el mundo, y por lo tanto no es fácil su acceso. De la misma manera hay doctrinas de Dios, selectas y preciosas, que están encerradas en cajas que se llaman Levítico o el Cantar de los Cantares, y no puedes acercarte a ellos si no abres ciertas puertas; y el propio Espíritu Santo debe estar contigo, o de lo contrario nunca vas a encontrar el tesoro precioso.
Las verdades más elevadas están muy bien escondidas, como los tesoros reales de los príncipes; por lo tanto debes escudriñar cuando lees. No te quedes satisfecho cuando leas un precepto ceremonial hasta que no alcances su significado espiritual, pues esa es la verdadera lectura. No habrás leído mientras no hayas entendido el espíritu del tema.
Lo mismo sucede con las expresiones doctrinales de la Palabra de Dios. He observado con tristeza a algunas personas que son muy ortodoxas, y que pueden repetir su credo con mucha fluidez, y sin embargo el uso principal que dan a su ortodoxia es el de sentarse y observar detenidamente al predicador con el fin de encontrar un motivo de crítica en su contra. ¡Ha pronunciado una sola frase que es considerada como un mínimo desvío del estándar! "Este hombre no tiene sana doctrina. Ha dicho algunas cosas buenas, pero en el fondo está podrido, estoy seguro. Usó una expresión que no era categóricamente pura." Para estos queridos hermanos a los que me refiero, la predicación tiene que tener algo más que el siclo del santuario. Algo menor, ya no es suficiente. Su conocimiento es utilizado como un microscopio para hacer grandes las pequeñas diferencias. No dudo en afirmar que me he encontrado personas que
"Pueden dividir un cabello
Y descubrir la línea que divide
Su parte oeste de la parte noroeste,"
en asuntos de teología, pero que no saben nada del verdadero significado de las cosas de Dios. Nunca las han bebido de tal manera que lleguen a sus almas, sino que sólo las han sorbido en sus bocas para luego escupirlas sobre otros.
La doctrina de la elección es una cosa, pero saber que Dios te ha predestinado a ti, y tener su fruto en buenas obras a las cuales has sido ordenado, es algo muy diferente. Hablar del amor de Cristo, hablar del cielo que ha sido destinado para Su pueblo, y cosas semejantes, todo eso está muy bien. Pero esto puede hacerse sin tener un conocimiento personal de esas cosas.
Por tanto, queridos hermanos, nunca debemos estar satisfechos si sólo poseemos una doctrina sana, sino que debemos anhelar tenerla grabada en las tablas de nuestro corazón. Las doctrinas de la gracia son buenas, pero es mejor aún la gracia de las doctrinas. Busquen obtenerla, y no estén contentos con la idea de que han sido instruidos hasta tanto no hayan entendido la doctrina de tal manera que hayan sentido su poder espiritual.
Esto nos hace comprender que, para lograr esto, necesitamos sentir que Jesús está presente con nosotros siempre que leamos la Palabra de Dios. Fíjense en ese versículo cinco, que ahora quiero presentar a ustedes como parte de mi texto, y que hasta ahora no había mencionado. "¿O no habéis leído en la ley, cómo en el día de reposo los sacerdotes en el templo profanan el día de reposo, y son sin culpa? Pues os digo que uno mayor que el templo está aquí." Ay, ellos tenían un alto concepto acerca de la letra de la Palabra, pero desconocían que Él estaba allí, el Señor del día de reposo, el Señor del hombre y el Señor de todo.
Oh, cuando hayan aprendido una doctrina, o una ordenanza, o cualquier cosa que sea externa en la letra, pidan al Señor que los haga sentir que hay algo más grande que el libro impreso, y algo mejor que la simple cáscara de esa doctrina. Hay una Persona que es más grande que cualquier otra, y a Él debemos clamar para que esté siempre con nosotros. "Oh, Cristo viviente, haz que esto sea una palabra viva para mí. Tu palabra es vida, pero no si el Espíritu Santo no está allí. Yo puedo conocer Tu libro de principio a fin, y repetirlo de memoria de Génesis a Apocalipsis, y sin embargo puede ser un libro muerto, y yo un alma muerta. Pero, Señor, te pido que estés presente aquí; entonces en el libro voy a mirar al Señor; en el precepto voy a verlo a Él que lo cumplió; en la ley voy a mirarlo a Él que la honró; en la amenaza voy a verlo a Él que la soportó por mí, y en la promesa lo miraré a Él que es el 'Sí y el Amén.'"
Ah, entonces veremos el Libro de manera diferente. Él está aquí conmigo en mi habitación: no debo tomarlo con ligereza. Él se inclina sobre mí, señala con Su dedo las líneas, y puedo ver Su mano traspasada. Voy a leer el Libro como si estuviera en Su presencia. Voy a leerlo sabiendo que Él es su sustancia, que Él es la prueba de este libro y también su escritor. Él es la suma de esta Escritura y también su autor. ¡Esa es la forma en que los verdaderos estudiantes se vuelven sabios! Podrán encontrar el alma de la Escritura cuando puedan conservar a Cristo con ustedes mientras están leyendo.
¿Acaso no han oído nunca un sermón que les ha hecho sentir que si Jesús hubiera descendido a ese púlpito mientras el predicador estaba hablando, le habría dicho: "Deja el púlpito, deja el púlpito; no tienes nada que hacer aquí. Yo te envié para que predicaras acerca de Mí, y tú estás hablando acerca de una docena de cosas diferentes. Vete a casa y aprende de Mí, y ven después a predicar." Un sermón que no lleve a Cristo, o del que Jesucristo no sea el principio y el fin, es un tipo de sermón que hará reír a los diablos en el infierno, y llorar a los ángeles del cielo, si fueran capaces de tales emociones.
Ustedes recuerdan la historia de ese hombre de Gales que escuchó predicar a un joven, un sermón muy bueno, un sermón grandioso, pomposo, muy elevado; y cuando hubo terminado de predicar, le preguntó al hombre de Gales qué le había parecido. El hombre le respondió que no le había parecido nada bueno. "¿Y por qué no?" "Porque Jesucristo no estaba allí." "Bien," dijo el predicador, "pero mi texto no parecía estar orientado a eso." "No importa," dijo el hombre de Gales, "tu sermón debía estar orientado a eso." "No me parece así," dijo el joven predicador. "No," dijo el otro, "todavía no sabes cómo predicar. Así es como se debe predicar. Desde cada pequeño pueblo de Inglaterra, sin importar dónde se encuentre, ciertamente hay un camino que lleva a Londres. Puede ser que no haya ningún camino hacia otros lugares, pero con toda certeza hay un camino a Londres. Ahora, desde cada texto de la Biblia hay un camino que conduce a Jesucristo, y la forma de predicar es decir simplemente '¿cómo puedo ir desde este texto hasta Jesucristo?' y luego predicar a lo largo de ese camino." "Bien, pero," replicó el joven predicador, "supongamos que encuentro un texto que no tiene un camino que conduce a Jesucristo." "Yo he predicado durante cuarenta años," dijo el viejo predicador, "y nunca me he encontrado con un texto así, pero si alguna vez me encontrara con uno, haría cualquier cosa pero llegaría a Él, pues nunca concluiría un sermón sin predicar a mi Señor."
Tal vez ustedes piensan que he ido un poco lejos hoy, pero estoy persuadido que no es el caso, pues tenemos el versículo seis, que trae al Señor de manera sumamente dulce, poniéndolo al frente de ustedes, lectores de la Biblia, para que no piensen en leer sin sentir que Él está aquí, el Dios y Señor de todo lo que ustedes están leyendo, y que hará que estas cosas sean preciosas para ustedes si pueden verlo a Él en todas ellas. Si no pueden encontrar a Jesús en las Escrituras, no nos servirán de mucho, pues ¿qué fue lo que el propio Señor dijo? "Escudriñad las Escrituras, porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna, y no queréis venir a mí para que tengáis vida"; por lo tanto el ejercicio de escudriñar, se convierte en nada; no encuentran ninguna vida, y permanecen muertos en sus pecados. Esperemos que esto no ocurra con nosotros.
III. Para concluir, UNA LECTURA DE LA ESCRITURA DE ESTA FORMA, que implica entender y penetrar en su significado espiritual, y descubrir la Persona divina que es el significado espiritual, ES PROVECHOSA, pues el Señor dice: "Y si supieseis qué significa: Misericordia quiero y no sacrificio, no condenaríais a los inocentes."
Si llegáramos a entender la palabra de Dios, nos evitaríamos muchísimos errores, y entre otras cosas buenas, no condenaríamos a los inocentes. No dispongo de mucho tiempo para hablar de estos beneficios, pero sólo diré, resumiendo, que la lectura diligente de la Palabra de Dios, hecha con la firme intención de entender su significado, a menudo engendra la vida espiritual. Somos engendrados por la Palabra de Dios: es el instrumento de la regeneración. Por tanto, amen su Biblia. Manténganse cerca de su Biblia. Ustedes, pecadores que buscan, ustedes que están buscando al Señor, lo primero que deben hacer es creer en el Señor Jesucristo; pero mientras aún están en tinieblas y en oscuridad, ¡oh, amen su Biblia y escudríñenla!
Llévenla a la cama con ustedes, y cuando se despierten en la mañana, si aún es demasiado temprano para bajar y hacer ruidos que despierten a los demás, quédense arriba leyendo durante media hora. Digan: "Señor, guíame a ese texto que será de bendición para mí. Ayúdame a comprender cómo puedo ser yo, un pobre pecador, reconciliado contigo." Recuerdo cómo, cuando yo estaba buscando al Señor, recurrí a mi Biblia, y al libro de Baxter "Llamado a los Incrédulos," y al libro de Alleine "Alarma," y al libro de Doddridge "Origen y Progreso," pues me decía a mí mismo: "Tengo miedo de perderme, pero quiero saber por qué. Temo que nunca voy a encontrar a Cristo, pero no será porque no lo haya buscado." Ese temor me perseguía constantemente, pero dije: "Lo voy a encontrar, si es que puede ser encontrado. Voy a leer. Voy a pensar." Nunca ha habido un alma que haya buscado sinceramente a Jesús en la palabra, que no se haya encontrado pronto con la preciosa verdad que Cristo estaba disponible muy cerca, y que no necesitaba ser buscado; Él estaba realmente allí, sólo que ellos, pobres criaturas ciegas, estaban metidos en tal laberinto que no lo podían ver en ese momento. Oh, aférrate a la Escritura. La Escritura no es Cristo, pero es la clave que te conducirá a Él. Sigue fielmente su guía.
Cuando hayan recibido la regeneración y una nueva vida, sigan leyendo, porque les traerá consuelo. Verán más de lo que el Señor ha hecho por ustedes. Aprenderán que han sido redimidos, adoptados, salvados y santificados. La mitad de los errores del mundo se originan en la gente que no lee la Biblia. ¿Podría creer alguien que el Señor permitiría que uno de sus queridos hijos pereciera, habiendo leído un texto como éste: "Y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano"? Cuando leo eso, estoy seguro de la perseverancia final de los santos. Lean, pues, la Palabra de Dios y eso les traerá mucho consuelo.
También les servirá de alimento. Es su alimento a la vez que su vida. Escudríñenla, y se fortalecerán en el Señor y en el poder de Su fuerza.
También les servirá de guía. Estoy seguro que quienes más se apegan al camino recto, son los que se mantienen más cerca del libro. A menudo cuando no saben qué hacer, verán que un texto sale del libro diciendo: "Sígueme." Algunas veces he visto una promesa que brilla ante mis ojos, de la misma manera que brillan las lámparas de un edificio público. A un toque de la llama, una frase o un designio resplandecen. He visto a un texto de la Escritura brillar de esa manera para alumbrar mi alma; entonces he sabido que ha sido la Palabra de Dios para mí, y he continuado mi camino lleno de gozo.
Oh, y tú encontrarías mil ayudas provenientes de ese libro maravilloso, si sólo lo leyeras; pues al entender mejor las palabras, lo valorarás más, y, conforme envejezcas, el libro crecerá contigo, y se convertirá en un manual de devoción de cabellos canos, como antes fue un dulce libro de historias para niños. Sí, siempre será un libro nuevo, una Biblia tan nueva como si hubiera sido impresa ayer, y nadie hubiera visto ninguna de sus palabras hasta este momento; y sin embargo será más preciosa por todos los recuerdos que se congregan a su alrededor. Conforme pasamos sus páginas, con qué dulzura recordamos pasajes de nuestra historia que nunca se olvidarán ni en la eternidad, sino que permanecerán entremezclados con las promesas llenas de gracia.
Amados hermanos, el Señor nos enseña a leer Su libro de la vida que ha abierto ante nosotros aquí abajo, para que podamos leer nuestros títulos claramente en ese otro libro de amor que todavía no hemos visto, pero que será abierto en el último gran día. Que el Señor esté con ustedes, y los bendiga.
jueves, 26 de mayo de 2011
Como leer la biblia!!!
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