lunes, 11 de abril de 2011

Cortar con la Herencia

Lo primero que quiero que usted sepa, es que es muy importante nuestro hablar, ya que como ha quedado demostrado en otros estudios, en la lengua hay poder para dar vida o muerte.

Usted puede decir al unísono conmigo: esta es mi Biblia, la Palabra de Dios. Y agregarle: Soy lo que mi Biblia dice que soy; tengo la libertad que mi Biblia dice que tengo, y puedo hacer todo lo que mi Biblia dice que puedo hacer.

Le propongo, ahora, mientras sigue con atención este artículo, leerla, escudriñarla y que el Espíritu Santo vivifique esta palabra en nuestros corazones transformando nuestras vidas.

Por ejemplo: Proverbios 26:2, dice algo que es sumamente importante: la maldición nunca vendrá sin causa. Esto, obviamente, quiere decir que por alguna conocida o desconocida causa, alguna maldición que llegue sí puede aferrarse de nosotros desde algún punto legal.

Generalmente, cuando pensamos en la palabra Maldición, pensamos inmediatamente en otra palabra: Enemigo. Porque a todas luces es un enemigo quien puede lanzarnos una maldición. Aquí cabe señalar que, cuando los creyentes hablamos de enemigos, generalmente nos referimos a huestes satánicas de maldad. Claro que, conjuntamente con Satanás mismo, deberemos considerar la acción de todos aquellos que le sirven.

Así como nuestros hermanos en Cristo, hermanos en la fe, son los del cuerpo de Cristo, aquellos que están del lado de nuestro enemigo son los brujos, hechiceros, satanistas. De allí que no resulte ilógico que él se sirva de ellos para lanzar una maldición, un hechizo, un encantamiento sobre nuestras vidas, sobre la vida de la iglesia en conjunto o sobre la vida, incluso, de nuestra nación.

Durante una época de la historia argentina, la nación prácticamente fue gobernada bajo la influencia de un brujo declarado. La maldición que él profirió sobre el país cuando lo desplazaron, fue una de las causas indudables de todo lo horrible, trágico y macabro que se vivió luego por espacio de casi diez años, de los cuales aún hoy quedan reminiscencias de odios y rencores sin sellar.

Ese precio tan alto se pagó, principalmente, por la ignorancia y hasta la incredulidad del pueblo de Dios, formado en las escuelas tradicionales con una alta cuota de escepticismo con respecto a las artes ocultas. El posterior despertamiento del cuerpo de Cristo posibilitó introducirse en una guerra espiritual de oración e intercesión que llevó, finalmente, a revertir esa maldición en bendición.

Nosotros sabemos muy bien que esas maldiciones jamás provienen de Dios, sino de Satanás. Y que éste usa a personas para llevarlas a cabo. Y digo esto porque, aunque parezca increíble, muchos llamados "cristianos”, han ido en búsqueda de brujos o brujas con el fin de hacerle algún maleficio a otro hermano. Son cosas que todos los ministerios pastorales saben muy bien que se producen, aunque cueste creerlas, pero en la mayoría de los casos, se ha optado por mirar hacia otro lado y no tomar participación efectiva.

Entonces, el nombre del efecto no podría ser el de “causas de una maldición”, sino el por qué una maldición puede llegar a asirse de nosotros. LA idea, aquí, es, por lo menos, encontrar una de las causas por las cuales una maldición puede llegar a causarle problemas a un creyente.

Las bendiciones y las maldiciones sobre la raza humana, son tan antiguas como el hombre mismo. Desde el libro del Génesis las tenemos presentes con clara evidencia. Cuando leemos cómo Dios crea al hombre, entendemos que es para que sea señor, para ser bendecido. Y las bendiciones mismas fueron creadas para, precisamente, bendecir al hombre. Concretamente, el plan de Dios es un plan de bendición.

Ahora bien; las bendiciones, van de la mano de otra palabra muy importante y valiosa que se llama Obediencia. Por consiguiente, las maldiciones, también irán de la mano de otra palabra no menos valiosa e importante: Desobediencia. El relato bíblico tiene huellas muy claras de los dos conceptos.

Porque Dios pone al hombre en el huerto y le dice: “Si me obedeces y haces mi voluntad, no vas a tener problemas; todo te va a salir bien y tendrás felicidad completa. Pero si llegas a tocar el árbol que no te permito tocar, las cosas serán totalmente a la inversa, y... ciertamente morirás.”

Dios le da todo y lo habilita para ser señor. Pero actúa, como siempre, colocando un parámetro, un límite preciso al libre albedrío; una forma muy clara para saber si el hombre se va a alinear o no con su propósito. El símbolo son los dos árboles: el de la Vida y el de la Ciencia del bien y del mal.

Es necesario entender algo muy serio: en la tierra, hoy, hay dos voluntades. Sólo una tiene derecho de llamarse voluntad: es la de Dios. Porque sólo una voluntad existía. Porque sólo Dios existía. Todo lo demás fue creado conforme a su voluntad. Un día, Luzbel, una creación de Dios, se rebela y es arrojado del cielo. Aquí tiene usted bien claro un principio que le va a hacer muy bien a su vida: cuando existe una segunda voluntad, (Venga de donde venga) que choca con la de Dios o se opone a ella, eso no se llama voluntad: se llama Rebelión.

Por lo tanto, hoy tiene usted dos alternativas en la tierra: una es la voluntad, y la única voluntad es la voluntad de Dios. La otra alternativa, es alinearte con lo que se denomina como “voluntad del diablo”, y esto es ser rebelde a Dios.

Dios fue claro: le dijo al hombre: “puedes comer de todo lo que se te antoje, pero mi voluntad es que de ese árbol que tú ya sabes, no comas.” Y le agrega que si come, de cierto morirá. Para Adán, comer de todo lo que tenía a su disposición, era bendición, pero la desobediencia a su voluntad comiendo lo que se le había prohibido, produce maldición.

Ahora bien; ¿De qué muerte está hablando Dios? Tiene varios aspectos. Hablemos primero del choque del hombre con la voluntad de Dios. Dios tiene una sola voluntad; no miente, no se arrepiente. Entonces vengo yo, usted o cualquiera y nos enfrentamos día a día, minuto a minuto, con la voluntad de Dios. Si decido alinear mi voluntad con la suya, mi acción se llama obediencia, el fruto es vida y se llama bendición. Pero si en ese encuentro yo opto por mi propia voluntad (Y como no existe una tercera ya que sólo hay dos, de hecho esta es voluntad del diablo, aunque él se las ingenie para influirnos en nuestra mente como que es nuestra) eso se llama rebelión, su nombre es desobediencia y su fruto es muerte: ciertamente morirás.

Quizás a nosotros nos cueste entender esto por una cuestión de tiempo, pero el encuentro del hombre con la voluntad de Dios o, produce vida, o produce muerte. “-¡Pero hermano! Dios le dijo a Adán que, ciertamente moriría, pero resulta ser que yo veo que Adán, después de todo esto, vivió como novecientos años...-“ Sí, pero murió.

Hay dos tipos de muerte. Es un proceso. Ese ciertamente morirás no fue algo instantáneo ni algo inmediato; No cayó allí mismo Adán, fulminado en el acto; no fue así. Ciertamente murió, pero murió de dos formas, ya que aquí hay muerte física y muerte espiritual que es mucho más grave. Él se hizo acreedor a la muerte física porque Dios dijo: Ah, ahora el hombre es como nosotros, que conoce el bien y el mal; entonces no lo dejemos comer del árbol de la vida para que no viva para siempre...

Entonces se produjo muerte. Muerte física, porque el hombre ya no pudo comer del árbol de la vida para vivir para siempre y tarde o temprano, murió físicamente. Pero también se produjo muerte espiritual, porque como se puede leer, lo echó fuera Dios; lo sacó del huerto y además dejó allí una espada encendida como para que no volviera. Lo echó de su presencia, fue separado de Dios. Y cualquiera sabe que muerte espiritual es eso: estar alejado de Dios.

Ahora, lo que yo quiero mostrarle, es el proceso de esa muerte. El hecho de que el cumplimiento de la sentencia de Dios toma tiempo, resulta muchas veces un equívoco para el cuerpo de Cristo. Nosotros abrimos la Biblia y leemos que el señor XX pecó y allí pasa el tiempo y leemos una consecuencia.

Vemos, por ejemplo, la vida de David. Pero nuestra vida también tiene lo suyo. Un día lunes cometemos una falta, o fallamos, o caemos, o sencillamente pecamos; le fallamos a Dios con rebelión o desobediencia y, antes de arrepentirnos, o pedir perdón, empezamos a ver que no nos pasa nada el martes, ni el miércoles, ni el jueves; y creemos que nosotros somos muy inteligentes, o muy duchos, o muy bienaventurados. O tal vez el asunto ese de la Gracia y del Nuevo Pacto. ¡Oh! ¡Dios es tan bueno que, seguramente, dejó pasar este asunto sin necesidad de pedirle perdón!

Sin embargo, esto es un proceso. Tres años después viene una maldición y, obviamente, encuentra de donde agarrarse. ¡Y la gente ya no recuerda más, tres años después, de dónde salió todo esto! Y llora, grita, se desespera, se enoja y clama: ¿Por qué, Señor, por qué?

Ahora bien; en ese proceso, suceden varias cosas de las que quiero hablar. No le pasa nada a usted ni el martes, ni el miércoles, ni el jueves. Tampoco le sucede nada en el 2001, ni en el 2002 ni en el 2003. No sucede nada aparatoso. Usted no se muere, ni lo traga la tierra, no le cae un rayo, no se le presenta Satanás en persona ni nada por el estilo.

Entonces el hombre camina en ese proceso degenerativo casi sin darse cuenta. Porque la muerte espiritual, es un proceso degenerativo. El mundo tiene esa semilla. El hombre peca un poco, y dice: “Mira...no me ha ido tan mal!!” Entonces va y traspasa la línea otro metro y peca un poco más. Lo que no se da cuenta es que eso que cuando estaba allá le parecía horrible, ahora no le parece tan malo. Es decir: se está degenerando por dentro. Y cada vez se va alejando más de Dios.

Ese proceso lleva una semilla de autodestrucción. Y se aleja más y más de Dios; hasta que ya no hay retorno o hasta que pueda haber algún tipo de retorno sólo por la misericordia de Dios, como sea; pero no necesitamos atravesar esa línea. Dios fue el que estableció la sentencia. Le dijo: Si comes de él, ciertamente morirás. Y aquí retornamos al punto inicial: el encuentro del ser humano con la voluntad de Dios define su vida.

Por ejemplo, cuando nos convertimos, alguien nos dice, (A mí, particularmente, hace ya más de veinte años) que con el corazón se cree para justicia, mas con la boca se confiesa para salvación. Es necesario que aquel que cree con todo su corazón y confiesa con su boca a Cristo, sea salvo. Y entonces me vi confrontado con la verdad. Entonces, alinearse con esa verdad de Romanos 10:8-10, ¿Qué me trajo a mí? Vida. Vida eterna. Bendición. Salvación. El no alinearse con esa verdad, ¿Qué me hubiera traído? Naturalmente: muerte.

Entonces, nosotros caemos, cometemos faltas, fallamos, pecamos, y como no nos sucede nada en forma inmediata, nos engañamos. “¡No pasa nada!”, podemos pensar y hasta decirlo. Sin embargo, en Gálatas 6:7 dice: No os engañéis; Dios no puede ser burlado. Todo lo que el hombre sembrare, eso también segará. El hombre, fuera de la voluntad de Dios, muere irremisiblemente, porque la paga del pecado es muerte.

Pero veamos el otro lado, el de la bendición. Si dice ciertamente morirás, ¿Cómo sería si Adán o si nosotros mismos hubiéramos respetado la voluntad de Dios? Obvio; lo contrario a ciertamente morirás, que es ciertamente vivirás. Esto es: será usted vivificado, cosa que también es un proceso. Y también nos confundimos aquí. Porque el creyente está siendo vivificado. Está viviendo, recibiendo y manifestando vida. Dios en nosotros produce vida y combate a la muerte; no sólo en el sentido físico sino también en el sentido espiritual.

(Romanos 8: 11)= Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros.

Esto quiere decir que Dios nos vivifica o nos da vida cuando seguimos su voluntad. Aquí es donde entendemos aquel pasaje que dice que aquel que tiene algo y lo usa, recibe más. Pero que el que tiene algo y no lo usa, lo que tiene, le será quitado. Es más que obvio que no habla de cosas materiales, sino espirituales. Aprenda a leer la Biblia, por favor.

Cuando tenemos la vida de Cristo y perseveramos en ella, y caminamos con Cristo, y avanzamos en Cristo y vivimos en Cristo Jesús, somos vivificados más, más y más. Es decir: tenemos vida eterna y nos acercamos a Dios. Pero en caso de morir, el tema es similar: se muere más, más y más; se separa más, más y más de Dios. Nuestra actitud en el encuentro con la voluntad de Dios, es el que modifica nuestra vida. Tengo siete versículos que confirman lo que le dije.

(Salmo 119: 25)= Abatida hasta el polvo está mi alma; vivifícame según tu palabra.

(Verso 107)= Afligido estoy en gran manera; vivifícame, oh Jehová, conforme a tu palabra.

(Verso 149)= Oye mi voz conforme a tu misericordia; oh Jehová, vivifícame conforme a tu juicio.

(Verso 154)= Defiende mi causa, y redímeme; vivifícame con tu palabra.

(Verso 156)= Muchas son tus misericordias, oh Jehová; vivifícame conforme a tus juicios.

(2 Corintios 3: 6)= El cual asimismo nos hizo ministros competentes de un nuevo pacto, no de la letra, sino del Espíritu; porque la letra mata, más el Espíritu vivifica.

(1 Corintios 15: 22)= Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados.

Siempre, en la Biblia, honrar y acatar la voluntad de Dios es motivo de vida, y el oponerse es motivo de muerte. ¿Qué pasa con la desobediencia? Esa es la pregunta que se hace mucha gente. Si nos remitimos a Adán y Eva, vemos que ellos sufrieron la muerte espiritual, la separación, el alejamiento de Dios y, aquí está la clave, recibieron el conocimiento del mal.

Dios se ve en la obligación de expulsarlos del huerto para, -él lo dice-, que no coman del árbol de la vida y viva para siempre. ¿Por qué? Precisamente porque ahora, el hombre, conocía el mal. ¿Usted cree que el hombre conocía el bien antes de comer el fruto? ¡Por supuesto! ¡Era lo único que conocían! ¡Conocían a Dios! ¡Estaban con Dios! ¡Estaban en Dios!

La serpiente le mintió al hombre. “Vas a conocer el bien y el mal y vas a ser como Dios”, le dijo. Pero ellos no tenían ningún interés en conocer el mal. Pero el hombre no sólo se alejó de Dios, sino que conoció el mal.

Conocer el mal combinado con separarse de Dios, guía a un proceso de autodestrucción. Y esto tiene que ver con las maldiciones, porque las maldiciones son habladas. Dios habló. Dijo: si comes de él, ciertamente morirás. Y una vez que Dios habla, la Palabra sigue funcionando, independientemente del lugar o del tiempo. La Palabra sigue teniendo fruto. Por eso la maldición sigue destruyendo a la persona, cuando la persona comete esa falta, desobedeciendo a Dios; ciertamente morirá. Y sigue produciendo ese fruto, esa maldición, hasta que es cortada, cancelada.

Hay un concepto, bastante moderno, que habla del árbol genealógico. Uno dice que el hombre es un producto del pasado. La Biblia, aquí, está diciendo que cuando el pueblo de Dios lo respeta, Él lo bendice. Y no sólo bendice a ese hombre, sino a sus hijos, a sus generaciones. Cuando el pueblo desobedece y se rebela, la maldición viene sobre ellos y empieza todo ese dolor. Cuando el pueblo gime y se arrepiente, vuelta otra vez a revertir el proceso y caminar en bendición.

Fíjese que cuando Dios habla de un pueblo, está hablando de un marco de cuatrocientos o quinientos años. Se habla de cuarenta años como quien habla de cuarenta días. Está hablando de una generación antes, de una generación durante y de una generación después. Se está hablando que nosotros somos un producto del pasado y que tenemos marcas de nacimiento y que, esas marcas, hacen que nosotros reaccionemos ante la vida de ciertas formas. Aquí coinciden la ciencia agnóstica y la fe espiritual; la psicología secular, por ejemplo, también ha llegado a esta conclusión. Sólo que la solución únicamente está en Cristo. No hablo de tratamiento, no hablo de ayuda, no hablo de terapia, ni siquiera hablo de herramienta: Hablo de una solución que verdaderamente sea solución.

Dice la Palabra, que Abraham era un hombre de carácter muy suave. En cambio Sara, su mujer, era de carácter muy duro; y era la que mandaba en la casa, de eso no hay dudas. Un día ella le dijo: “Mira Abraham; ya estamos viejos y no tenemos hijos. Dios no se apura y el tiempo se nos está pasando. Ahí está Agar, la sierva. Haz lo que tengas que hacer con ella y tengamos un hijo ya, ahora.”

Y Abraham dijo que sí... Cuando nació isaac, el asunto ese ya no le gustó tanto a Sara y dijo: “Abraham; ahora ya no la quiero más; sácala de aquí” Y Abraham la sacó... Todos conocen la historia. Sólo Dios tuvo misericordia de ella.

Por lo que hemos podido ver; ¿Cómo le parece usted que se arreglaban los problemas en la casa de Abraham? Parece que se arreglaban cortando las relaciones. “Ahora que se vaya Agar y se acabó”. Como si nunca jamás hubieran existido. Y sacan a Agar e Ismael de la casa y ahí, no cuesta demasiado imaginarlo, pese a la diferencia de las épocas, se va una parte del corazón de Abraham. Después de todo, Ismael era un hijo suyo. No era insensible, pero ni dijo nada, cortaba las relaciones.

El patrón de la vida de la casa de Abraham fue heredado por Isaac. ¿Usted recuerda que en un par de ocasiones, llegando a una ciudad, Abraham, que era de un carácter apocado, dijo: “¡Ay, no, Sara! ¡Por culpa tuya me van a matar! ¡Vamos a decirle que eres mi hermana!” ¡Y la mandó a acostarse con el rey! Está muy claro; él era de carácter débil y ella, la figura protectora de la casa.

Ahora regrese a Isaac. Cuando Isaac crece, se casa con Rebeca. ¿Y qué hace Isaac? Lo mismo que hizo Abraham. “Dile que eres mi hermana...” Después de esto, cuando Isaac tiene hijos, nacen Jacob y Esaú. Usted conoce esa historia. Jacob le roba la bendición a Esaú. ¿Por qué? Porque Rebeca es ahí la que decide qué es lo que se hace. Y a ella le parece que tiene que ser Jacob el que reciba la bendición y no Esaú. Entre todos engañan a papá. Después, como hay un problema entre Jacob y Esaú por eso, Rebeca usa para solucionarlo, el mismo patrón que usó Sara, su suegra: cortar la relación. “¡Jacob! ¡Tú te vas ahora mismo a la casa de mi hermano Labán! ¡Pon tierra de por medio con Esaú y no vuelvan a hablarse! Corta la relación.

¿No estamos viendo infinidad de casos así, en este tiempo? Yo me peleo con tal o cual y cortamos todo trato. Es como si no existieran ni el uno ni el otro. Es como si ambos estuvieran en distintos países. Se corta la relación. Sin embargo, la solución no pasa por allí espiritualmente, sino en realizar un corte, en oración, sí, pero con la herencia. Con los patrones recibidos en todos los años de crianza. Sin embargo, le decía, a Jacob podemos llamarlo un personaje “transicional”. Porque Jacob tiene un encuentro con Dios, usted recuerda eso. Dice que tuvo una lucha con Dios y que Jacob venció. Jacob, allí cambia por dentro e inicia el camino para ir a buscar a su hermano Esaú. No sin miedo, ¿Eh? Le envía embajada tras embajada, como para ir suavizando la cosa.

Sin embargo, restablece la relación. Esaú le dice: ¿Por qué me mandaste todo eso, hermano mío? Y se abrazan y se sana la relación. Esa es la parte activa que prosigue a la de la oración de corte espiritual: restaurar lo roto. Estoy hablando de un tema de fondo porque sé, en mi corazón, que nosotros venimos acarreando una serie de cosas que nos han privado de vivir la bendición que sabemos hay. Seamos honestos. Ni como nación (Y aquí me refiero a Argentina), ni como Iglesia (Aquí me refiero a donde corresponda), ni como familia (La propia, la suya, todas) ni como personas individuales vivimos la plenitud que Dios nos ofrece.

Dios reclama de nosotros que seamos transicionales, no tradicionales. Suenan parecidas ambas palabras, pero son la antítesis la una de la otra. Que reconozcamos, prime3ro, que venimos acarreando sombras causadas por pecado, por desobediencia y rebelión. Que nos paremos delante de Dios a clamar el arrepentimiento y el perdón y cambiar esa maldición por bendición. Para nosotros, para nuestros hijos, para nuestra iglesia, para nuestra ciudad, para nuestra nación. En suma: para las generaciones que vienen detrás de nosotros, sin olvidar las anteriores, naturalmente.

Dios está reclamando y demandando que haya un remanente que SEA, que HAGA, que se PONGA en la brecha para cambiar y que cambie. Es usted un vaso lleno de Cristo que tiene que salir a derramar a Cristo sobre los que no le conocen. La pregunta es: ¿Hasta dónde está hoy de lleno su vaso?



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