Ocurrió un día cualquiera. La serpiente cobra se coló entre los resquicios de la puerta lateral del templo budista. Primero se aposentó en un rincón y, antes de una semana, ocupaba un lugar junto a los altares principales de adoración.
Los monjes se percataron de su presencia, y el mayor, ni se inmutó. Les recordó que ni el temor ni la animadversión debían gobernar sus corazones, y les hizo pensar que quizá era un mensaje de los dioses.
Lo que creo conveniente es que le construyamos una morada especial, les dijo:
Desde entonces—hace ya cuatro años—el reptil habita ese lugar de concentración budista. Ha mordido cuatro personas y mató una mas, pero los adoradores, persisten en creer que sería sacrílego matarlo.
Conviven con el peligro. Saben que en cualquier momento la cobra, que dicen puede medir más de cinco metros, podría causar más daño a las personas, pero ya se acostumbraron a soportal el mal.
El asunto me llevó a reflexionar en tantos cristianos que comparten espacio en países, regiones y ciudades donde Satanás tiene sus fortalezas de maldad, y sencillamente asumen una actitud pasiva o indiferente. Cuando obran así, le permiten al enemigo ganar más terreno.
¿Qué hacer? Disponernos a dar la batalla para recuperar los espacios que hoy ocupa el Adversario, porque todo el mundo le pertenece a Cristo y hasta tanto no echemos fuera a Satanás y sus huestes, encontraremos dificultades para evangelizar.
¿Qué puede hacer un cristiano?
Un cristiano que se mueve en el poder de Dios puede mucho. Satanás y sus huestes tienen que huir en su presencia (Cf. Santiago 4.7). Felipe, el evangelista, es un ejemplo. Él formaba parte de los siete diáconos escogidos entre los cristianos del primer siglo por ser “…de buen testimonio, llenos del Espíritu del Señor y de sabiduría…”(Cf. Hechos 6.3, versión Aramea-Peshita).
Cuando se desató la persecución contra la iglesia—en el primer siglo--, “…Felipe, descendiendo a una ciudad de Samaria, les predicaba el evangelio de Cristo.”(Hechos 8:5, versión Aramea-Peshita).
La urbe en la que se radicó, estaba bajo el dominio de una fortaleza demoníaca que operaba a través de un hombre ampliamente reconocido por obrar “milagros” con sus artes mágicas de maldad.
Ese fue el escenario en el que se libró una tremenda batalla entre el evangelista y un baluarte de Satanás de adivinación, hechicería, encantamiento y sortilegios.
El Adversario espiritual estaba de mal humor en su Despacho en el reino de las tinieblas. Como no ocurría en mucho tiempo, no quería recibir llamadas ni recibir las llamadas de urgencia que hacían los demonios desde diferentes lugares del mundo. “Estoy sumamente ocupado buscando resolver el imprevisto—le dijo a su asistente-. Debo encontrar un mecanismo para evitar que ese molesto cristiano eche a perder mis planes en Samaria.” Felipe, por su parte, no temía el reto y seguía prendido de Dios en oración.
Destruyendo ataduras
Un cristiano comprometido con el Señor Jesús pone en jaque las estrategias del diablo y su ejército de maldad. Fue así entre los creyentes del primer siglo y sigue ocurriendo hoy. El poder de Dios es el mismo, no ha cambiado.
Felipe libró la batalla contra el reino de las tinieblas. Se paró en la brecha a desarrollar su ministerio de predicación. “Y al escuchar los hombres del lugar su palabra, le prestaban atención y se convencían de todo lo que decía, porque veían las señales que realizaba, porque muchos que estaban atados por espíritus inmundos, gritaban en alta voz y salían de ellos, y otros que estaban paralíticos y cojos eran sanados, de modo que hubo gran regocijo en aquella ciudad.”(hechos 8:6-8, versión Aramea-Peshita)
Tome nota: el poder de Satanás se vio amenazado. Un cristiano—como ocurre hoy con hombres y mujeres consagrados al Señor Jesús—pone a temblar al mundo de las tinieblas. Pregúntese si su vida está siendo de impacto en la dimensión espiritual o le hace falta más presencia de Dios, producto de pasar tiempo en Su altar, en oración.
El poder del cristiano para derribar fortalezas de maldad
A las personas que se atreven a cuestionar qué pueden hacer en un barrio, región o país donde prevalecen los vicios, la prostitución, la hechicería y la violencia—entre otras múltiples manifestaciones de fortalezas de maldad—que flagelan a la sociedad hoy día, les digo tajantemente: un cristiano tiene el poder de Cristo para derribar esos fortines.
Observe que el desenvolvimiento ministerial de Felipe rompió las cadenas de enfermedad y posesión demoníaca al tiempo que los moradores de la ciudad, al aceptar a Cristo como Señor y Salvador, aseguraban para sí la vida eterna.
Cayó el engaño de Satanás
Si hay una estrategia de Satanás sobre la que debemos estar muy alerta, es aquella en la que se nos presenta como “muy poderoso”. Es una artimaña que le ha rendido frutos, como ocurría en aquella ciudad: “Y había allí cierto varón cuyo nombre era Simón, quien había vivido en esa ciudad durante mucho tiempo y que engañaba al pueblo de Samaria con sus artes mágicas, y alardeaba diciendo: “Yo soy grande”, de modo que todos se inclinaban delante de él, tanto grandes como pequeños, y decían: Este es el gran poder de Dios.”(Hechos 8:9, 10, versión Aramea-Peshita)
Recuerdo a una joven mujer en problemas con su esposo. El hombre se fue de casa. Ella, presa de la desesperación y pese a que le recomendé volver su mirada a Dios en ese período de crisis, siguió consultando a una bruja para que le trajera al marido. Su vida se tornó cada día más caótica.
La próxima vez que la encontré, le recomendé dos cosas: la primera, que rompiera todo nexo con Satanás a través de las prácticas de brujería, y la segunda, que llevara su problema a Dios en oración, y fuera perseverante.
Cierto día llamó a la oficina. Estaba feliz. Dios había hecho el milagro sin duda ocurrirá también con su vida si deja de creerle al supuesto “poder” del Adversario y se prende de la mano del Cristo de poder en el que hemos creído.
Milagros falsos y verdaderos
Nuestro enemigo espiritual es muy habilidoso; por ese motivo obra portentos de tal manera que haya practicantes de la Nueva Era que testimonian de sanidades y prosperidad operadas en sus vidas. No es algo nuevo, ya que Satanás siempre lo ha hecho para engañar a las personas.
En la ciudad de Samaria “…estaban convencidos, porque por sus artes mágicas (Simón) los había maravillado durante mucho tiempo, pero cuando creyeron a Felipe, que proclamaba el reino de Dios, hombres y mujeres eran bautizados en el nombre de nuestro Señor Jesucristo.”(Hechos 8.11, 12, versión Aramea-Peshita)
No podemos dejar de orar y proclamar el Evangelio. Debe ser una lucha constante, en la que caerán a tierra las fortalezas de Satanás en nuestros países, provincias y ciudades. Los cristianos tenemos la victoria asegurada.
Hasta los demonios se convierten
Cuando derribamos las fortalezas de Satanás, en el poder de Dios, hasta los demonios se convierten. El ministerio de Felipe fue tan eficaz en la ciudad de Samaria, que “… aún Simón creyó y fue bautizado, y seguía a Felipe, y viendo las señales y milagros extraordinarios que se hacían por medio de él, estaba atónito y asombrado.”(Hechos 8:13, versión Aramea-Peshita)
No podemos renunciar a la batalla. Hasta tanto recobremos la beligerancia en la lucha, el adversario seguirá ganando terreno. El panorama es diferente cuando comprendemos la estrecha unidad que hay entre el Evangelismo y la Guerra Espiritual. Las almas se convierten a Cristo y los muros de las tinieblas se desmoronan.
¿Qué está esperando? Usted es un soldado de Cristo y está llamado a batallar, en el convencimiento de que la victoria está asegurada. ¡Usted es un vencedor, recuérdelo siempre!
Fuente: estudiosbiblicos.jimdo.com
martes, 6 de julio de 2010
Evangelismo y Guerra Espiritual van de la mano
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